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Abimael Guzmán: ¡el Satán peruano!

“La violencia es el último recurso del incompetente” – Isaac Asimov.

POR: CESAR A. CARO JIMÉNEZ  

Sin lugar a dudas que uno de los personajes más controversiales y odiados en la historia del Perú ha sido y lo será por muchas décadas más, Abimael Guzmán Reinoso, el fundador allá por 1970 de la organización terrorista Sendero Luminoso la cual desencadenó un mar de crímenes y violencia a partir de 1980, la cual comenzó a diluirse a partir de su captura un 12 de setiembre de 1992, detención que permitió que al año 2000 pudiera decirse que el terrorismo senderista había sido derrotado.

Y aquí cabe destacar algunos aspectos: en primer lugar, que nuestro país, –gracias quizás a personajes como Ketin Vidal–, pudo mostrarse ante el mundo como un país ejemplar en lo que respecta al respeto de los derechos humanos, cautelando los de un sanguinario ideólogo hasta su muerte natural en la celda que ocupó durante más de treinta años, en la cual no había lugar para que brindara con licores caros en tanto bailaba “Zorba el griego”.

Y ello a pesar de algunas voces que clamaban por su eliminación inmediata. Voces que no comprenden que la fortaleza de una democracia fuerte y justa reside en ser coherente entre lo que se predica y se hace. Voces, que tal como lo hemos contemplado en las páginas de la historia tanto nuestra como mundial, llevadas por el miedo o la soberbia de creerse superiores al resto, son el caldo de cultivo de dictaduras o ideologías mucho más sanguinarias que las que dicen combatir…y ello en ambos extremos, en los cuales Stalin y Hitler son hermanastros. Voces, que hoy por ejemplo llegan al absurdo de creer que Guzmán no ha muerto y que todo es una patraña para liberarlo, olvidando que estaba bajo la custodia de la Marina, una de las instituciones más anticomunista del Perú.

Pero, la muerte de Guzmán no nos debe cegar. Él y su insania son producto de lo que Ortega y Gasset definía muy bien al expresar: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Claro está que hay otras ideas similares de origen marxista como aquella que señala que tanto los “revolucionarios” como y las fuerzas del orden establecido ejercen la violencia para poner mentalmente de rodillas al enemigo.

Y no debemos olvidar tampoco que en el caso de Guzmán y quienes lo acompañaron en su locura, aprovecharon las inequidades de nuestra sociedad y la falta hasta hoy de un proyecto nacional para crecer en su locura. Situación que aún persiste en un entorno social en el cual todos los días desayunamos, almorzamos y cenamos con noticias de violencias individuales y colectivas, aparte que muchos estamos “diseñados” para pelear en nombre de la bandera, el partido, la iglesia e incluso o un equipo de fútbol. ¡No nacemos violentos! Pero la violencia se aprende y a veces también se cultiva en el día a día, estemos donde estemos: en el hogar autoritario (en el cual el padre o la madre dictan reglas y ordenes sin justificarlas creando con ello bien personas timoratas o bien violentas), en la escuela dogmática, en las películas de “acción” y en la política sin democracia. (Y aquí no me voy a cansar de citar a Walt Whitman que aspira a la democracia, más allá de lo electoral, como forma de vida, en los entornos públicos y privados, donde bondad, virtud, dignidad, respeto, educación, cultura y conciencia sean pilares).

Y si a todo lo anterior, agregamos que la tecnología está acabando con el trabajo y el internet con la capacidad de leer y pensar, el panorama no es muy alentador, más aún cuando nuestra clase política es cada vez más mediocre y el sistema de libre mercado que propicia desigualdades quizás correctas desde un punto de vista económico, pero ilógicas desde un punto de vista racional, como es el ver que ciertos personajes merced a su capacidad, inventiva y aprovechamiento de las oportunidades tienen fortunas personales que superan incluso a las de determinadas naciones, en tanto miles de personas carecen de alimentación, salud y educación. Y si bien desde el punto del libre mercado puede ser justo, desde un punto de vista racional es ilógico y caldo de cultivo para que broten conductas terroristas a lo largo y ancho no solo del Perú, sino del mundo entero.

Como también, el ver que muchas empresas en medio de la pandemia han visto crecer sus ganancias y rentabilidad en grado sumo, a tal punto que creen que pueden comprar bien el camello o la aguja adecuados a sus intereses. Esperemos que la violencia no los amargue sus dulces y egoístas sueños.

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