EDWIN ADRIAZOLA FLORES (eadriazola@yahoo.com)
Era setiembre de 1820. San Martin ya en el Perú decidió echarse una siesta a la sombra de una palmera. Su inconsciente hizo que soñara con un país libre sobre el que flameaba una bandera sencilla que se agitaba orgullosa junto a la fuerza del viento. Cuando abrió los ojos vio una bandada de aves de alas rojas y pecho blanco que la gente conoce con el nombre de parihuanas. “¿Ven aquellas aves?” preguntó a sus oficiales señalándolas con el brazo extendido. “Si, mi general” respondió uno de ellos. “Parece una bandera” acotó. “¡Si!” afirmó el Libertador; “es la bandera de la libertad que venimos a conquistar”.
Con detalles más o menos abundantes, esta fue la historia que nuestros profesores nos contaban en el cole para explicar porque la bandera era roja y blanca. No sé si hasta hoy la sigan repitiendo. Pero esta historia nacería recién en 1917 en la pluma del iqueño Abraham Valdelomar quien idílicamente concibió este relato y nos lo hizo repetir desde ese entonces.
Lo único cierto de toso esto es que fue en Paracas, en setiembre de 1820 que San Martín decretó las características de la bandera: una seda o lienzo de ocho pies de largo y seis de ancho dividida en cuatro campos por dos líneas diagonales: blancos los extremos superior e inferior y encarnados los extremos derecho e izquierdo. En el centro el lienzo tendría una corona de laurel ovalada que contenía en el centro un sol radiante saliendo por entre las montañas que se elevan sobre un mar tranquilo.
¿Qué quiso hacer San Martin con este “símbolo patrio” el cual el mismo indicó que era provisional? ¿De dónde sacó los colores rojo y banco? La verdad es que no pensó ni en el blanco de las nieves perpetuas, ni en la paz ni en la sangre de nuestros héroes.
Para San Martín, Lima era la culminación de su proyecto de independencia desde que partió de Mendoza portando la bandera argentina. En su lógica, la bandera del nuevo Perú libre debía resumir ese proyecto. Por ello ideó la bandera usando los colores de aquellas repúblicas que había ayudado a libertar; los investigadores en su mayoría coinciden que los colores de la bandera peruana tienen ese origen: el blanco de la bandera argentina y el rojo de la bandera chilena, esto último además por el agradecimiento a una república cuyos comerciantes habían ayudado a financiar la campaña a cambio de beneficios económicos. Aunque no hay certeza absoluta, las evidencias apuntan en esta dirección.
Hay más. No fue fácil utilizar ni difundir la nueva bandera en el Perú de 1821. Gracias a dibujos de propia mano de San Martín, se confeccionaron pocas gracias al trabajo laborioso de algunas mujeres, como fue el caso de la bandera bordada por la señora Micaela Cañete de Merino en Trujillo, que fue además la más grande que se hizo en aquella época.
Algunas se exhibieron en día de la jura de la independencia en balcones y techos de vecinos y de algunos personajes que vieron en este hecho la oportunidad de embarcarse en la experiencia republicana a ver si se ganaban alguito; es decir, por interés. La ciudadanía en general fue reticente al uso de la bandera. Algunos, nacidos y crecidos bajo la costumbre española, tenían íntimamente la esperanza que ella vuelva pues la presencia libertaria no era sino un momento que pasaría en poco. Algunos, por temor la usaban en su casa y otros, por el mismo motivo se negaban a hacerlo.
Hay que diferenciar el uso de la bandera que le dio el Estado naciente, empeñado en difundirla, del uso que le dio la población, por lo que muchos están de acuerdo que la bandera nacional, que cambió de forma hasta en tres oportunidades, recién se hizo popular cerca de 1830, casi diez años después de su creación.
Así que ya sabes. Cerca a celebrar el Bicentenario, es bueno que tengamos claro las cosas que pasaron en este Perú.
Que ya no nos cuenten cuentos.