El insigne narrador del Realismo Mágico, Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982 -de quien celebro la impactante forma de exponer los hechos, mezcla historia y ficción-; autor de la novela “El amor en los tiempos del cólera”, publicada en 1985; donde son tres los personajes principales: Florentino Ariza, Fermina Daza y Juvenal Urbino; aquel se enamoró de ella, quién se casó con éste. Ante la global y temible pandemia, lo imagino reescribiéndola con el rótulo ‘el amor en los tiempos del Covid-19’. Relata de Florentino: “Pero cuando empezó a esperar la respuesta a su primera carta, la ansiedad se le complicó con cagantinas y vómitos verdes, perdió el sentido de la orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado no se parecía a los desórdenes del amor sino a los estragos del cólera” (pág. 88); el homeópata “se alarmó también…, porque tenía el pulso tenue, la respiración arenosa y los sudores pálidos de los moribundos”, agrega “Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera” (p. 89).
Urbino “Regresaba de una larga estancia en París, donde hizo estudios superiores de medicina y cirugía” (p. 147). “Trató de imponer criterios novedosos en el Hospital de la Misericordia, pero no le fue tan fácil como le había parecido en sus entusiasmos juveniles,… la rancia casa de salud se empecinaba en sus supersticiones atávicas… Tropezaba con todo: su espíritu renovador, su civismo maniático, su sentido del humor retardado en una tierra de guasones inmortales, todo lo que era en realidad sus virtudes más apreciables suscitaba el recelo de sus colegas mayores y las burlas solapadas de los jóvenes” (p. 151-152). “Su obsesión era el peligroso estado sanitario de la ciudad. Apeló a las instancias más altas para que cegaran los albañales españoles, que eran un inmenso vivero de ratas, y se construyeran en su lugar alcantarillas cerradas cuyos desechos no desembocaran en la ensenada del mercado, como ocurría desde siempre, sino en algún vertedero distante”, “… las dos terceras partes de la población hacinada en barracas a la orilla de las ciénagas hacía sus necesidades al aire libre”. “Luchó en vano para que las basuras no se botaran en los manglares, convertidos desde hacía siglos en estanques de putrefacción, y para que se recogieran por lo menos dos veces por semana y se incineraran en despoblado”… “Era consciente de la acechanza mortal de las aguas de beber” (p. 152). “… quería sanear el lugar,… que hicieran el matadero en otra parte, que construyeran un mercado cubierto con cúpulas de vitrales como el que había conocido en las antigua boquerías de Barcelona, donde las provisiones eran tan rozagantes y limpias que daba lástima comérselas” (p. 154). “De modo que cuando volvió a su tierra y sintió desde el mar la pestilencia del mercado, y vio las ratas en los albañales y los niños revolcándose desnudos en los charcos de las calles, no sólo comprendió que la desgracia hubiera ocurrido, sino que tuvo la certeza de que iba a repetirse en cualquier momento” (p. 159).
Hasta que apareció un enfermo de cólera, el Dr. Urbino “consiguió que las autoridades dieran la alarma a los puertos vecinos para que se localizara y se pusiera en cuarentena a la goleta contaminada” (p. 160), aparecieron más casos, “pero al término del año se consideró que los riesgos de una epidemia habían sido conjurados. Nadie puso en duda que el rigor sanitario…, había hecho posible el prodigio” (p. 160). “La alarma sirvió para que las advertencias del doctor Juvenal Urbino fueran atendidas con más seriedad por el poder público” (p. 160-161). Se ha dicho periodística, técnica y literariamente, que la burocracia, el desorden, la informalidad, el caos, la contaminación, el hacinamiento, la suciedad, el desgobierno, la ignorancia, el afanlucrismo, la pobreza; son las lacras de la sociedad, incubadora de las epidemias locales y pandemias globales.
Volviendo a la novela, Florentino, no obstante haberse casado Fermina con Juvenal, no perdió la esperanza de estar con ella, por lo que decidió “ganar nombre y fortuna para merecerla”; se dijo así mismo que, el tal Juvenal “tenía que morir. No sabía ni cuándo ni cómo, pero se lo planteó como un acontecimiento ineluctable, que estaba resuelto a esperar sin prisas ni arrebatos, así fuera hasta el fin de los siglos” (p. 227). Así sucedió, sin hacer nada malo, se hizo realidad su sueño.