Ya van 36 días de esta cuarentena obligada, tiempo suficiente para hacer muchas cosas, pintar la casa, leer, arreglar documentos, hablar más con los hijos, amar más a la pareja y… reflexionar.
Tiempo hemos tenido, y en cantidad suficiente, para pensar en los que hicimos hasta ahora, en cómo lo hicimos y en cómo deberíamos haberlo hecho. Tiempo para repensar en nuestros roles como integrantes de una familia y de una comunidad.
En esta cuarentena, los ladrones de casas, los cogoteros, vendedores de drogas y ladrones de saco y corbata también tuvieron su dosis de tiempo para reflexionar. Los funcionarios corruptos (en funciones, los procesados o sentenciados) también han reflexionado sobre su triste y vacío amor al dinero fácil versus la tranquilidad y el respeto de su familia y comunidad.
Los políticos (ex autoridades) también tuvieron su oportunidad para arrepentirse (ojala lo hagan) de sus “ineficaces y egoístas” decisiones, pues prefirieron su bolsillo y obtener réditos políticos a fortalecer las capacidades de la comunidad. También los empresarios angurrientos tuvieron su porción de tiempo extra para apreciar que existen otros asuntos más importantes que el dinero, el egoísmo y la avaricia.
En fin, a todos se nos dio la oportunidad de repensar en nuestras vidas (la de ayer, de hoy y de mañana). Algunos habrán sacado ya algunas conclusiones claras y precisas de esta obligada e impensada reflexión.
Otros, en cambio, quizás siguen confundidos y desorientados en sus laberintos mentales. Otros, finalmente, ratificaron su rol negativo en la comunidad, seguir robando y haciendo el mayor daño posible. Estos son nuestros eternos coronavirus de dos patas, entendimiento corto y corazón estrecho. Nuestros perennes enemigos.