Hace seis meses que no leo un libro en físico

Felizmente el martirio terminó a tiempo, ya tenía lo suficiente para comprar el Kindle, así que una tarde lo ordené de la página de Amazon y llegó en unos días. Por un año fue mi fiel acompañante: al colegio, a los ensayos, a las clases de inglés, a casa de mis amigos, etc.

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POR: ALEJANDRO FLORES COHAILA

Quizá haya sido más. No lo recuerdo bien. Ha sido toda una travesía desde la última vez que terminé (he leído algunos, pero sin acabarlos) un libro en físico. Cursaba el segundo grado de secundaria cuando me enteré de la existencia del Amazon Kindle, un lector digital que explotaba en ventas en aquel entonces.

Mi despertar cultural estaba recién comenzando, acababa de leer la mayoría de libros no relacionados con derecho que había en mi casa (Arguedas, Vargas Llosa, Cisneros…), justo había descubierto las piezas menos conocidas de Brahms, Barrios, Schubert, Bach, Dylan y demás compositores y trovadores y ya había cumplido la edad para ver ese magnífico film que con tanta razón idolatraba mi papá: El Padrino. Aquel mundo recién descubierto me fascinaba, sobre todo en cuanto a cine y literatura, pero había un problema: Moquegua es una ciudad muy pequeña.

Las librerías allá carecen de libros esenciales, pues cada vez que me recomendaban un libro que no era clásico ni top en ventas (La muerte de Iván Ilich, por ejemplo), lo más probable es que no lo tuvieran. ¿El Kindle me ahorraría el esfuerzo de caminar en vano a la librería? Por supuesto. Me daba mi mamá cinco soles al día, un sol para la combi y cuatro soles para… ¿comida? Mi mamá me quiere y me engríe mucho.

De verdad nunca supe —y tampoco reclamé nunca – para qué me daba tanto dinero. En fin, si ahorraba cuatro soles por la mayor parte del año podría comprar un Kindle, así que eso hice. El plan lucía bien, me privaba de algo de comida durante el día, pero nada más. Las primeras semanas pasaron con normalidad, no sentía mucha hambre y al llegar a casa siempre había un plato de comida esperándome. Las siguientes semanas fueron las que devinieron en mí perdiendo una cantidad exorbitante de peso. Mi madre, desconociendo de mi plan, comenzó a traer comida de una cafetería suya; día a día llegaba del colegio esperando un plato diferente a estofado, pero mis esperanzas siempre eran aplastadas. En dos meses el pantalón del colegio comenzó a caer de mi cintura y tuvo que ser reemplazado por uno de una talla menos, lo mismo pasó con la camisa y algunos jeans de mi ropero.

Felizmente el martirio terminó a tiempo, ya tenía lo suficiente para comprar el Kindle, así que una tarde lo ordené de la página de Amazon y llegó en unos días. Por un año fue mi fiel acompañante: al colegio, a los ensayos, a las clases de inglés, a casa de mis amigos, etc. De noche, en especial, tenía el ritual de apagar la luz del cuarto y colocar una pequeña luz de lectura sobre el Kindle y leer hasta quién sabe qué hora. Felices fueron los años que pasé así, pero por alguna razón lo dejé.

Comencé a leer más libros en físico que encontré y que compraba… hasta hace poco que descubrí que es mucho más fácil descargar libros en EPUB y leerlos en el celular. Igual he vuelto a leer en el Kindle y me ha recordado a todo lo anterior. Supongo que mi vida de lector se resumirá en la trinidad Kindle, celular y hojas. Quizá en el futuro inventen algo más práctico para leer, pero por ahora me quedo con esos tres. En años posteriores recuperé el peso perdido.

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