POR: EDWIN ADRIAZOLA FLORES
eadriazola@yahoo.com
Toda mi vida recurrí a un mercado a comprar cosas de la casa: “Mariscal Nieto” en mi niñez cuando todo era de madera y algo oscuro recuerdo, “Pacocha” hasta la actualidad y desde hace un par de años en el de Nuevo Ilo. En cada uno de ellos hice relaciones amicales y he recibido hasta ahora de los caseros el aprecio, la palabra cortés, la sonrisa de bienvenida, el saludo franco.
Esta relación tenía otros fines; no solo la gana un cliente sino también aceptar el regateo como costumbre ancestral en el intercambio de bienes. En ese trajín recibía un mejor precio, una rebaja por la compra, la posibilidad de escoger y hasta la acostumbrada yapa (“Solo para usted, profe”).
Incluso, como algunos, solo me bastaba dejar mi lista de mercado y regresar luego para encontrar la bolsa no solo llena sino además ordenada y con la cuenta lista. Nunca pude quejarme de un engaño. Y si alguna vez hubo una queja, mi sola palabra era suficiente para recibir la satisfacción del producto bien despachado.
La compra en el mercado se convierte en algo más: era la oportunidad para una relación amical; se conversa con el casero, se hacen bromas, se cuenta el último chiste, se comenta lo que pasa en el gobierno o en la municipalidad (“profe ¿Qué le parece…?”), se conoce al nuevo nieto ose escuchan las quejas de quienes no tiene quién los escuche. Y entones, el tiempo transcurrido no hace sino estrechar los lazos alrededor de las compras semanales.
Dudo que esto ocurra en los grandes malls en donde uno escoge, consulta, paga y se va; y en donde encontrarás, es cierto, orden, limpieza, ofertas, carritos que empujar, tarjetas de crédito que te lo hacen todo fácil (y peligroso); la modernidad, en suma.
Cuando voy al mercado, tengo la oportunidad de distribuir la riqueza, mi riqueza. Eso es lo que hacemos cuando compramos: entregamos dinero a cambio de algo. En el mercado es posible que, con el producto de la venta, mi casera pueda almorzar ese día o vivir con cierto decoro, pagar sus servicios básicos o costear la universidad quizá a sus nietos. Cuando compro en el mall solo estoy incrementando las millonarias ganancias de alguien que ni conozco y que nunca me va a extender la mano, y quizá este contribuyendo a fomentar pésimas condiciones de trabajo.
Espero, sin embargo, que los mercados entiendan que no se puede seguir tratando a sus clientes como los tratan hasta ahora: con desorden, inseguridad, deplorables condiciones higiénicas, con puestos a la intemperie. Que deben, en el caso del Pacocha, tender puentes para mejorar las condiciones de infraestructura a las que permanentemente se han negado anteponiendo según se ha dicho, los intereses personales a los de los vecinos quienes durante años han permitido que se mantenga en el negocio.
No dudo que iré a un mall en algunos momentos. Pero mi opción será siempre el mercado.