POR NATALY ZAÁ RIVEROS
Cada vez escuchamos más sobre los beneficios de los alimentos orgánicos. En redes sociales, tiendas y supermercados se promueven como la opción “más saludable” y “más natural”, lo que ha llevado a muchas personas a sentirse culpables o confundidas cuando no pueden acceder a ellos.
Pero, ¿realmente es necesario comer solo productos orgánicos para cuidar la salud? ¿O es posible llevar una alimentación equilibrada sin depender de etiquetas ni de precios elevados?
¿QUÉ SIGNIFICA REALMENTE “ORGÁNICO”?
Un alimento orgánico es aquel que se cultiva sin pesticidas químicos, fertilizantes sintéticos, antibióticos ni organismos genéticamente modificados. Su producción busca respetar los ciclos naturales del suelo, los animales y el medio ambiente.
Esto no significa que los alimentos convencionales sean “malos”, sino que los orgánicos apuntan a un enfoque más sostenible y menos contaminante. Sin embargo, la etiqueta “orgánico” no siempre garantiza un mejor valor nutricional. Muchos estudios coinciden en que la diferencia en el contenido de vitaminas o minerales entre alimentos orgánicos y convencionales es mínima.
LO QUE DICE LA CIENCIA
Diversas investigaciones han demostrado que tanto los alimentos orgánicos como los convencionales pueden ser seguros y saludables si se consumen dentro de una dieta equilibrada. La principal diferencia suele estar en los residuos de pesticidas, que en los productos orgánicos son menores, aunque los niveles presentes en los alimentos comunes suelen encontrarse dentro de los límites seguros establecidos por organismos internacionales.
En términos prácticos, lo más importante no es si un alimento es orgánico o no, sino la calidad global de la alimentación: qué tan variada, natural y balanceada es la dieta diaria.
COMER SALUDABLE SIN COMPLICACIONES
Es cierto que los productos orgánicos pueden ser una excelente opción, pero también es verdad que no siempre están disponibles ni son accesibles para todos los bolsillos. Comer sano no debería convertirse en una fuente de estrés ni en un lujo.
Existen formas sencillas de reducir la exposición a pesticidas y mejorar la nutrición sin necesidad de gastar más: lavar y cepillar frutas y verduras antes de consumirlas; priorizar productos locales y de temporada, que suelen tener menos conservantes; aumentar el consumo de vegetales variados, legumbres y cereales integrales; reducir los ultraprocesados y las bebidas azucaradas; y elegir fuentes de proteína magra como pescado, huevo o pollo.
Estas prácticas simples tienen un impacto mucho mayor en la salud que la etiqueta “orgánico” en sí.
EL PODER DE ELEGIR CON CONCIENCIA
Más allá de las modas, lo esencial es desarrollar una relación consciente con los alimentos. Comer saludable no es seguir una tendencia, sino entender cómo cada alimento hace sentir al cuerpo y qué le aporta.
A veces, lo más nutritivo no es lo más caro, sino aquello que se cultiva con cariño, se comparte en familia y se consume con calma. Optar por productos locales también fortalece la economía regional, apoya a pequeños productores y reduce la huella ambiental, un valor importante para una región como Moquegua, que busca crecer cuidando su entorno.
UN CIERRE PARA REFLEXIONAR
Al terminar el año, es común proponernos “comer mejor” o “cuidarnos más”. Pero hacerlo no debería implicar presión, culpa ni perfección. No es necesario tener una cocina llena de productos orgánicos para alimentarse bien; se requiere coherencia, constancia y amor propio.
Elegir frutas frescas, cocinar más en casa y respetar los horarios de comida puede ser un cambio más poderoso que cualquier moda. La salud empieza en las decisiones diarias, no en el presupuesto.
Comer con conciencia es también una forma de gratitud: por lo que se tiene, por lo que se puede cuidar y por la oportunidad de seguir construyendo bienestar desde dentro. Que este nuevo año encuentre a cada persona alimentándose con propósito, sin extremos, sin comparaciones y con el deseo profundo de sentirse bien consigo misma, desde el plato hasta el corazón.

