POR: GUILLERMO EDILBERTO RUEDA KUONG (COMUNICADOR SOCIAL)
El anuncio del Papa León XIV encendió una chispa de esperanza. Durante su vuelo de regreso a Roma, luego de visitar Turquía y Líbano, el Santo Padre dejó entrever que América Latina podría ser su próximo destino apostólico. Al mencionar a Argentina, Uruguay y Perú, su comentario sobre el país andino despertó una emoción inmediata: “En Perú, creo que también me recibirán”, dijo sonriendo.
Esa frase, tan simple y cargada de afecto, bastó para remover algo profundo en la gente. No se trató solo de un posible viaje papal, sino del deseo colectivo de volver a escuchar palabras que reconcilien, que calmen y que devuelvan esperanza.
Desde su elección, León XIV ha dejado claro que su pontificado no busca grandeza, sino cercanía. Su paso por Marruecos y el Medio Oriente mostró una Iglesia que se arremanga para servir, que visita hospitales, orfanatos y barrios donde la fe se respira más que se predica. “La fe no se enseña, se contagia con gestos”, dijo en Rabat.
Su encuentro con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski fue otra muestra de su estilo: “No vine a hablar de política, vine a escuchar el sufrimiento”. León XIV no usa el poder de su cargo para imponer, sino para abrazar. Por eso, su llegada al Perú no se percibe como una visita diplomática, sino como la posibilidad de un reencuentro espiritual.
La fecha no podría ser más simbólica. El país se prepara para celebrar el Año Jubilar por los 300 años de la canonización de Santo Toribio de Mogrovejo, patrono del episcopado latinoamericano, un santo que caminó por los Andes visitando pueblos y escuchando a la gente, tal como hoy lo hace León XIV.
Durante un pasaje de conversación con los fieles, el arzobispo de Lima compartió la noticia con tono de alegría y cercanía:
“Les anuncio que este año, a partir del día 14, el domingo siguiente, iniciaremos la celebración del Año Jubilar de Santo Toribio de Mogrovejo. Hemos visto la posibilidad de que, como el Papa tiene previsto viajar al Perú y tiene muchas ganas de venir, pueda hacerlo para cerrar el Año Jubilar en diciembre. Así que vamos a prepararnos todos para recibir al Papa y celebrar juntos el cierre del Año de Santo Toribio. Primero irá a Chiclayo y luego vendrá a Lima. Estemos todos contentos y preparémonos para ese gran momento”.
Las palabras de monseñor Carlos Gustavo Castillo Mattasoglio, arzobispo de Lima, dichas con sencillez y cercanía, reflejan la ilusión de un país que todavía guarda una fe profunda, esa que resiste a las crisis, se alimenta de esperanza y vuelve a encenderse con cada gesto de unidad.
Si la visita se concreta, llegaría en un momento crucial. El Perú atraviesa tiempos de desencanto, fragmentación y cansancio moral. Pero la presencia del Papa podría recordarnos que la fe no solo se reza, se vive. Que creer también significa reconstruir la confianza, mirar al otro sin prejuicio y reconciliar lo que el ruido político ha dividido.
Cada Papa que llegó al Perú dejó una huella distinta. Juan Pablo II trajo esperanza cuando el miedo parecía ganarlo todo. Benedicto XVI nos enseñó que pensar también es una forma de creer. Francisco nos habló de cuidar la casa común y de mirar la Amazonía como el corazón del planeta. León XIV, con su ternura y su mirada de pastor, promete recordarnos que todavía hay espacio para la bondad, incluso en medio del caos.
Su mensaje no es de poder, sino de humanidad. Habla de dignidad, de justicia y de paz. Y en un mundo que corre detrás de pantallas y cifras, su voz recuerda lo esencial: detenerse, escuchar y sanar el alma colectiva.
Si finalmente llega al Perú, León XIV no solo vendrá a bendecirnos. Vendrá a recordarnos quiénes somos cuando nos encontramos. Porque cada vez que un Papa pisa esta tierra, el país se detiene un instante y vuelve a creer.

