POR NOLBERTO ARATA HURTADO
Hasta aproximadamente 1960, en nuestro Moquegua, las calles longitudinales o transversales tenían la parte central totalmente empedrada con cantos rodados y, en los márgenes, las veredas con piedra calicanto con diseños que le daban una presentación muy especial. Por los años 1962, los empedrados fueron sustituidos por las de loza de cemento, que es la tendencia hasta la actualidad.
El ingeniero Julio Iglesias no sólo tuvo a su cargo la modificación de las calles y el poner la tubería para el agua potable, también protagonizó uno de los matrimonios más rimbombantes de nuestra ciudad. Se casó con Ethel Jiménez, hija de doña Gumercinda “La Pioja”, y el matrimonio se celebró en la iglesia con un boato significativo y en horario especial a las 12 del día, porque se trataba de una dama de las familias moqueguanas más connotadas.
Por esos años, en nuestra ciudad hubo la celebración de otros enlaces muy comentados; uno fue el de Liliana Velásquez, que en su casa funcionaba el consulado chino, los que presentaron numerosos y magníficos regalos, tan es así que habilitaron varias salas para exhibirlos. Eran muy variados, desde los simples hasta los más costosos. A cada regalo le ponían una tarjeta identificando la persona o familia y, como en cierta forma era una “competencia abierta”, todos se esforzaban en que su obsequio figurara entre los mejores.
El otro matrimonio muy comentado fue el de Nora Dancé, pues se casaba con un “gringo” de la mina de Toquepala, con alto cargo, y los compañeros y amigos hicieron regalos como refrigeradores, lavadoras, vajilla especial y otros elementos que fueron comentados durante mucho tiempo.
En Estados Unidos había la gran discriminación racial y cada día daban información del trato cruel y vejatorio de los blancos hacia los negros, pero en nuestra ciudad el amor superó esos perjuicios: un “gringo” se casaba con una dama negra y se imaginarán el revuelo y los comentarios que motivó dicha unión, que era todo un verdadero acontecimiento.
Las moqueguanas siempre querían estar al último grito de la moda y, para atenderlas, se abrió “Maison Lucy” que, por primera vez, en una gran vitrina exhibía una maniquí al que cada cierto tiempo le ponían trajes vistosos e impactantes. El dueño era un señor Díaz que, además de la confección especializada de trajes, vendía máquinas de coser Singer y otras cosas. Su negocio prosperó mucho y construyó el “primer rascacielos” de Moquegua, un edificio de cuatro pisos que aún está vigente.
En la calle del centro funcionaba “La Recaudadora”, que luego se llamó Caja de Depósitos y Consignaciones, ahora Banco de la Nación. Allí se expedían los permisos para elaborar los vinos y licores y estaban los que en las bodegas verificaban la cantidad de pisco elaborado y los grados alcohólicos, determinando la cantidad de “punta y cola”. A su vez, era el único punto de venta de las “ruedas” de los cigarros Inca y Nacional, fabricados por el Estanco del Tabaco.
La venta era sólo a las tiendas identificadas y registradas. Asimismo, era el lugar para comprar, en forma limitada y en determinados días, el ron de quemar, utilizado principalmente para encender los “primus” o lámparas “inverta”. Esta modalidad de venta era para evitar que los inescrupulosos adquiriesen gran cantidad que luego, en las fiestas patronales, lo vendían como alcohol o pisco, ocasionando muchas muertes por intoxicación etílica.
Ah, antes el 8 de diciembre era fiesta grande en Samegua y el día en que muchísimos niños hacían la primera comunión llevando nardos blancos en sus manos.
Nuestro Moquegua, en muchos aspectos, se ha ido transformando y, para algunos lectores, estas líneas traerán bellos recuerdos, pero para la mayoría serán curiosidades.


