martes, 25 de noviembre de 2025
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La insolencia del liberto moqueguano

Un liberto moqueguano desató un escándalo judicial al enfrentarse al poderoso Conde de Alastaya en pleno siglo XVIII, generando uno de los episodios más tensos de la historia local.

ARCHIVO

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POR: VÍCTOR CASANOVA VÉLEZ

En Moquegua, desde 1775, don Antonio Nieto y Roa era el poderoso Conde de Alastaya y Regidor Perpetuo.

La familia Mazuelos crió a un mulatito de nombre Francisco y, por su leal servicio, le otorgó libertad mediante testamento. El liberto adoptó el apellido Mazuelos.

En la Plaza Principal, el arrogante Conde ordenó a Francisco realizar un servicio personal “de esclavo”, de malas maneras. Francisco se negó. Ofendido, el noble lo insultó y recibió como respuesta un puñetazo en el rostro, ante testigos. Para el aristócrata fue “la grave injuria poniéndole las manos en el rostro”. De inmediato presentó una causa criminal ante el alcalde Ordinario de Moquegua, quien falló rápidamente a su favor.

La causa fue elevada a la Real Audiencia de Lima. Las influencias pesaron en la sentencia, que ordenó:

“Por la gravedad del delito y escarmiento a semejantes insolencias… condenamos a dicho Francisco Mazuelos a cuatro años de destierro en el Presidio de Valdivia (Chile) y diez años de destierro de la Villa de Moquegua, su patria.”

LA DETENCIÓN Y EL TRASLADO QUE NUNCA SE CUMPLIÓ

El nuevo alcalde ordinario, Anselmo Beasoain, recibió la sentencia el 30 de junio y ordenó al alguacil Joseph Pérez de Tudela apresar a Francisco. El liberto fue recluido en la cárcel pública para ser remitido hacia Arequipa y luego a Lima. Francisco no huyó antes porque nunca se le comunicó el proceso.

El 1 de julio, la partida de soldados estaba lista: Francisco iría engrillado, tirado por una soga amarrada a un caballo. Su destino sería morir en el camino.

LA FUGA NOCTURNA: NUEVE SOMBRAS Y UNA BARRETA

El 2 de julio, a las dos de la madrugada, nueve sombras armadas con sables, palos y una barreta se congregaron en la Plaza Mayor. Atacaron la cárcel: con la barreta desclavaron la chapa de la puerta.

El alcaide Laso de la Vega dormía. Fue reducido y encerrado en la cárcel de mujeres. El guardia Manuel Gutiérrez se escondió bajo la cama del alcaide; descubierto, fue amenazado: “¡No salgas o mueres!”. Cumplió. La vela se apagó y todo quedó a oscuras.

Sin poder romper el candado de la celda, una voz les indicó: “Intenten por los barrotes de la ventana, son más delgados”. Era Antonio, preso junto a Francisco. Rotos los barrotes y el candado del cepo, liberaron a Francisco. Antonio no huyó para evitar mayor complicidad. Once bultos desaparecieron en la noche.

EL ASILO EN BELÉN Y LA BURLA FINAL

El alcaide denunció que entre los asaltantes estaban familiares de Francisco: su hermano, su padrastro y su hijo, todos prófugos. El airado Conde de Alastaya exigió ejecutar la sentencia de inmediato. Enterado del refugio en el Convento Hospital de Belén, quiso asaltarlo, pero fue detenido: los fugitivos estaban en “sagrado”.

El alcalde pidió al cura y vicario general, don Antonio de Otazú, autorizar el allanamiento. Otazú respondió el 4 de julio:

“…no puedo entregar a los reos en tanto no se acompañe al exhorto las sumarias donde conste la cualidad de los delitos…”

Las sumarias no estaban en Moquegua: la Real Audiencia las había archivado y devuelto solo la provisión con la sentencia. Comisionados corrieron a Lima por copias notariales. Pasaron meses. Cuando finalmente llegaron, Otazú autorizó la apertura del sagrado.

Pero ya era tarde: Francisco y sus familiares habían huido en silencio.

El poderoso Conde quedó burlado. (ARM)

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