POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ
Es creencia general, en razón a lo que ocurre en la vida cotidiana, que los políticos pocas veces dicen la verdad. Pero no solamente ellos, sino también muchos sociólogos, economistas y funcionarios situados en puestos de mando o de ejecución, porque consideran que vale más una medida irracional o extravagante, e incluso una mala aplicación de disposiciones mal entendidas, jugando con la falacia de refugiarse en ciertos plazos para que “rindan frutos”, lo que nunca ocurre.
Ejemplo: todo lo ocurrido en torno a Pasto Grande y las Lomas de Ilo.
Ese miedo lo encontramos en todas partes. Temiendo decir la verdad cuando esta puede ser desagradable para las ilusiones colectivas, los técnicos y los periodistas en gran parte la atenúan, la disfrazan o la neutralizan, poniendo en evidencia, en cambio, las corroboraciones que reconfortan.
DESARROLLO FRUSTRADO Y RIVALIDADES ESTÉRILES
Porque lo que hoy está en juego es una opción de desarrollo tanto regional como macro regional, que viene siendo frustrada desde hace muchas décadas por la miopía o granjerías de unos cuantos, que en función de su bienestar egoísta vienen impidiendo construir una alternativa real de progreso.
A ello se suma una característica peculiar que solo se presenta en pocos departamentos del Perú: la existencia de dos ciudades y/o provincias con un movimiento económico y demográfico parecido, como son Ilo y Moquegua.
Entre ambas se da, en ocasiones, una competencia o rivalidad absurda, acrecentada tanto por el reparto de los recursos económicos provenientes del canon minero como por la falta de planes de desarrollo y de proyectos coherentes con las posibilidades económicas, demográficas, técnicas y comerciales reales de cada provincia.
Así, se diseñan iniciativas más en función de sueños egocéntricos que luego se vuelven pesadillas, como el sueño del hospital propio de la universidad, de los estadios, etcétera, que lamentablemente—salvo excepciones honrosas—pecan de mediocridad e inadecuada priorización.
IDENTIDAD: UNA TAREA PENDIENTE
A este panorama social se suma un hecho que considero esencial para proyectarse hacia el futuro armoniosamente: contar con una identidad fuerte. Esta, desde una perspectiva sociológica, se refiere a la capacidad de un individuo o grupo para editar, modificar y gestionar su propia identidad y la forma en que se presenta a los demás en diferentes contextos sociales.
Este fenómeno es especialmente relevante en un mundo caracterizado por la globalización económica, la diversidad cultural, la tecnología digital, la denominada inteligencia artificial (IA) y las dinámicas de la lucha por el poder.
IDENTIDAD EDITADA Y CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO
La identidad implica una serie de prácticas y procesos mediante los cuales los individuos y grupos construyen y reconstruyen su identidad social. Esto se lleva a cabo a través de diversas plataformas, como las redes sociales, donde la edición de imágenes, de historias y de narrativas se convierte en un acto cotidiano. La edición de la identidad no solo implica un aspecto estético, sino que también aborda cuestiones más complejas relacionadas con la autenticidad, la representación y la verdad, por más dolorosa que esta sea.
La identidad implica una serie de prácticas y procesos mediante los cuales los individuos y grupos construyen y reconstruyen su identidad social. Esto se lleva a cabo a través de diversas plataformas, como las redes sociales, donde la edición de imágenes, historias y narrativas se convierte en un acto cotidiano. La edición de la identidad no solo implica un aspecto estético, sino que también aborda cuestiones más complejas relacionadas con la autenticidad, la representación y la autoexpresión.
Todo ello se enmarca dentro de lo que Vargas Llosa llama la civilización del espectáculo, donde la farsa, la mentira y el miedo colectivo están en la cima de la escala de valores y deseos. Pasar un buen rato y escapar del aburrimiento es una pasión universal que, con recreación, humor y mentiras, deja de lado rutinas depresivas y a veces masoquistas.
Ese impulso se refleja, año tras año, en los aniversarios de nuestras ciudades y en sus principales autoridades, que se refugian en la receta romana del pan y circo, procurando disfrazar nuestras falencias y mediocridad.

