domingo, 26 de octubre de 2025
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Playas lejanas, Jeremías Martínez

Solo puedo decir de la genialidad de Jeremías al tratar de coincidir las aventuras que inventa con las de la Odisea y la Ilíada. Realmente, sus historias son tan ingeniosas que pueden ser equiparables a las narradas por Homero.

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POR: EIFFEL RAMÍREZ AVILÉS

Existen dos corrientes en la literatura universal muy populares. En primer lugar, el realismo psicológico, que tanto se encumbró en el siglo XX y que, por definición, prepondera el mundo interno, o el carácter de un personaje, sobre los hechos; prepondera el monólogo interior y el discurrir de la consciencia. Ejemplo notable ha sido Crimen y castigo

En segundo lugar, está la idea del compromiso en la literatura. Nuestros libros, si quieren aspirar a ser serios, deben tener un trasfondo de compromiso moral o político con su sociedad, o inclusive con un tipo de arte o estética. Si quieres, pues, ser un escritor competente, debes hablar del mundo y de lo que está mal en el mundo, no necesariamente de manera panfletaria, como el indigenismo antiguo, pero sí implícitamente vinculante. Nos encontramos, entonces, ante una ficción que busca subyugar al lector. 

Frente a estas dos tendencias, existe una tercera: la literatura de aventuras. En esta, preponderan los hechos, los avatares, los encuentros, el desenlace, y donde nadie se detiene mucho a ahondar en su propia psique. Ejemplo notable es La isla del tesoro de Stevenson. El gran mérito de este tipo de literatura es que no busca someter al lector, no busca su compromiso, no le impone ideales, ni le condiciona a alguna ideología o estética. La verdadera literatura de aventuras solo busca jugar. Los hechos que acaecen en la historia son como un juego y, por ende, la única intención que se persigue es el regocijo de quien lee. 

Ahora: ¿qué ha ocurrido con la literatura de aventuras? Podemos decir que se ha convertido en la llamada literatura infantil y juvenil, las mismas que proliferan tanto en nuestros medios. En otras palabras, la literatura de aventuras ha sido secuestrada por estas dos categorías, generando, por lo menos dos problemas. Uno. Se ha visto obligada a amoldarse a la edad del lector y, por tanto, se ha hecho inverosímil; nadie ve a un hombre de cuarenta años leyendo una obra infantil. Dos. Se piensa que con nuestra literatura para niños y jóvenes educamos a los menores, que los preparamos para las grandes obras mayores, pero, como sabemos por experiencia, el joven de hoy se ve perdido, confundido y hasta aburrido cuando se enfrenta a los clásicos, como Guerra y paz o El Quijote. Ellos continuarán buscando literatura de fácil digestión. 

Jeremías Martínez, escritor peruano, ha superado los cuestionamientos que acabo de mencionar con su maravillosa y reciente novela Playas lejanas. Esta es, plenamente, una novela de aventuras. La trama central gira entorno al hijo de Ulises (u Odiseo), Telémaco. Como sabemos, Ulises va a la guerra de Troya y demora en volver a su patria. Entonces, Jeremías retoma este punto de la historia, para reinventar la vida de Telémaco o cómo este decide ir en busca de su padre, lo que le lleva a involucrarse en un sinfín de aventuras. Playas Lejanas, así, es digna de Las mil y una noches.

Pero la trama también gira alrededor de un gato egipcio (un miw, como se le llama en la novela), que es un animal sagrado en la tierra de los faraones. En verdad, el narrador principal es el gato, quien pasa sus propias desventuras en Egipto y, por un acto del “azar”, se encuentra con Telémaco, y juntos inician su periplo por el Mar Mediterráneo, en busca de Odiseo y del propio padre del miw

No puedo revelar más detalles. Solo puedo decir de la genialidad de Jeremías al tratar de coincidir las aventuras que inventa con las de la Odisea y la Ilíada. Realmente, sus historias son tan ingeniosas que pueden ser equiparables a las narradas por Homero. Doy fe de ello: cualquier lector ha disfrutado seguramente, por ejemplo, de la aventura de Odiseo frente al gigante de un ojo, llamado Polifemo; pues, igualmente, e incluso más, gozará de la aventura de Telémaco con ese mismo gigante, pero ya sin el ojo, tal como es recontada por Jeremías.

Playas lejanas también es una obra de aprendizaje: cómo un joven que, al indagar por su padre, llega a saber todas sus luces y sombras. Telémaco, durante sus aventuras, se entera que su progenitor no es el que su madre le contó, tan idealizado. Sino que es un astuto, tramposo, poco fiel e instigador. Entonces Telémaco no quiere buscar ahora solo a la persona física, sino que anhela verlo para preguntarle por qué hizo lo que hizo. La búsqueda de Telémaco es, en consecuencia, la pregunta por la paternidad: qué debe ser lo ejemplar en un hombre y cómo se debe reconciliar esto con un hijo que ya tiene independencia de pensamiento. Este asunto, no menor en la novela, entroniza con un diálogo platónico, el Eutifrón, en el que se discute cuándo un hijo debe romper con su propio padre. La pregunta sigue abierta.

A las novelas de aventuras se les ha acusado de pueriles. Nada de pueril hay en la novela de Jeremías. Todo lo contrario: encontramos, al mismo tiempo, felicidad y lección; alegría y sabiduría; patetismo y valiosa mitología; candor y dureza. Lo puede leer tanto un niño de ocho años como un hombre de noventa, y ambos reirían y llorarían, como cualquier despreocupado vagabundo que acaba de encontrar un boleto de lotería ganador, pero ya vencido.

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