miércoles, 22 de octubre de 2025
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Puñetazo Guinassi

“Existe un factor sociológico repetitivo en balnearios pudientes. Hay gente convencida de que al haber veraneado más tiempo tiene más privilegios que responsabilidades”.

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POR: RODRIGO LLOSA SANZ

Guinassi choleaba a Arredondo. Ambos arequipeños con inversiones en Puno y vecinos en la plaza de la iglesia de Mejía. Los Arredondo veraneaban en la única residencia monumental del balneario en medio de un terreno junto a la Casa Guinassi que hoy busca ser un centro para la cultura.

─Estos advenedizos y su música. Opinaba Alfredo Guinassi Morán, cuando Carlos Arredondo Tapia se reunía con amigos largas horas. Alfredo había redactado una famosa biografía de su abuelo venezolano, el general Trinidad Morán, y acababa de comprar la casa, siendo realmente el nuevo en la cuadra, aunque ya hubiera veraneado en Mejía junto a su suegro Alejandro López de Romaña, el primer ministro, hermano del presidente. Pero antes de comprarla pidió al municipio de Mejía un lote y se lo dieron: 1600 m2 detrás de un rancho y camal que hoy es el colegio.

La relación entre veraneantes en Mejía no siempre es armónica, sí intenta ser discreta. Según una versión, Alfredo le pidió a Carlos reiteradas veces que evitara extender horarios, sin que sintiese que le hacía caso. Carlos Arredondo comenzó a ampliar hacia el frontis en cemento por lo que la casa de madera ─por restaurar─ no se ve desde la plaza. La compraron de la beneficencia los padres de su esposa Carlota Urquiaga.

─Que no se vayan a pegar al límite estos serranos, deben dejar una división. El respingado Alfredo, quien gustaba de historia, sabía que su vecino descendía de un reconocido militar español que se asentó en Arequipa, Manuel Fernández de Arredondo casado con Josefa Barreda y Bustamante.

En todo caso, su hijo Alfredo Alejandro Guinassi López de Romaña de 23 años fue traduciendo las frases en odio a Carlos Augusto Arredondo Tapia, ya casado, de unos 42 años que criaba un hijo de seis, Pepe. En marzo de 1933 se encontraron en la playa de Mejía ─quién sabe en qué circunstancias─ y se agarraron a puños.

Alejandro bastante más alto y ágil, noqueó a Carlos, vio el cuerpo en la arena, se asustó y haciéndose sombra entre las calles llegó a casa. ¿Qué has hecho Alejandro? Se le evaporó la soberbia cuando recibió la denuncia penal y sus padres lo hicieron fugar a Chile. En Santiago conoció a la artista Aura Rodríguez. Luego dedicaría su vida ─curiosamente─ a la diplomacia como agregado consular del Perú en Valparaíso, Santiago; Natal en Brasil; Miami y finalmente Francia por décadas.

Carlos se sacudió la arena como vergüenza ajena y también la suya por haber sido golpeado por un mocoso, y continuaría con la hacienda Sollocota en Puno de más de 20 mil hectáreas y 25 mil cabezas de ovino.

No existen suficientes elementos de juicio para opinar de más. Puede verse tan grave un chico pegándole a un adulto como lo contrario. Pero al azar le gusta aleccionar. Carlos Arredondo tuvo hijos con distintas parejas. Su hijo mayor veraneó en Mejía, pero nadie en el balneario conoció a su familia paralela en Lima, los de la Flor. Su hijo menor, Carlos, terminó siendo teniente coronel de la Policía a fines de 1960, aunque no conoció Mejía. Y Alejandro Guinassi ganó una rifa por correspondencia entre sus hermanos, heredando la casa de playa en el año en que quiso regresar al Perú, pero la petición para que el juicio prescriba fue rechazada.

A partir de allí alquilaron la casa Guinassi a Juan Bustamante de la Fuente y luego a otras familias como Núñez Rodrigo, Landázuri Olivares, Zimmermann Arduz, Lozada Tschischke y Macedo Arnillas. En la década de 1990 Alejandro trató de venderla y al fallecer la heredó su hija María Eugenia, quien nació en Estados Unidos, pero creció en Francia. Soltera vivió sus últimos 15 años en Lima. No conoció Mejía. Al no poderla vender, en 2011 la donó al Club que busca a través de su Patronato hacer un centro que irradie cultura, sin reflexionar que la idiosincrasia mejiana requiere un par de ajustes previos para que consideremos relevante invertir en el antónimo de ignorancia, mediocridad y aridez creativa.

Existe un factor sociológico repetitivo en balnearios pudientes. Hay gente convencida de que al haber veraneado más tiempo tiene más privilegios que responsabilidades. Son los que normalmente reclaman amenazantes en la alcaldía sin nunca haberse involucrado en nada que no sea un coctel.

Entonces los nuevos imitan y tienden a equipararse con los antiguos para no ser menos. Lo que normalmente se decanta en soberbia y en pisar al tercero para creerse primero. Así se van sintiendo semi fundadores y hasta dueños de calles.

Arequipa, como fue una sociedad pequeña, cerrada, donde todos se conocían, ha estampado en Mejía, como último bastión, una cultura local competitiva excelente para deportes y empresas, pero que acorrala a los adolescentes ─de todas las edades─ a demostrar que tienen piso, que son alguien, que tienen plata. Que un presidente es un pichiruchi a su lado, sin nunca haber hecho nada relevante por el prójimo. Y la forma rápida es la pose que suele ser camino directo a la frustración. Aquella que acaba en anécdotas indeseables.

Todos hemos tropezado en ello, por lo que no parece siempre proporcional al intelecto ni capacidad individual, sino a la idiosincrasia colectiva y al ego que surge de la necesidad de reconocimiento. Pocas ciudades en el mundo le ganan a Arequipa en ese coeficiente. En todo caso, la pose puede resistir un rato, pero está comprobado que se derrite. Quizá, un espacio público que permita expresar y conversar sin prejuicios tenga la enorme capacidad que veo en el muro de caperos, que es desfogar lo contenido y generar ─a la larga─ mejores lugares para todos. La Casa Guinassi parece una inversión con impacto positivo. Así me reclamen lo históricamente cierto.

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