POR: ABOG. JESÚS MACEDO GONZALES
El Índice de Democracia Global, elaborado por la Unidad de Inteligencia de la revista británica The Economist, mide desde 2006 el estado de la salud democrática en el mundo, evaluando a 167 países y territorios. Este informe clasifica a los Estados en cuatro categorías: democracias plenas, democracias deficientes, regímenes híbridos y regímenes autoritarios, considerando aspectos como el sistema electoral, las libertades civiles, la participación política, el funcionamiento del gobierno y la cultura política.
En su edición más reciente, correspondiente al año 2023, solo 24 países fueron considerados como democracias plenas, es decir, apenas el 8 % de la población mundial vive bajo un sistema realmente democrático. En este grupo se encuentran las naciones escandinavas, varios países de Europa Occidental, además de Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Corea del Sur, Japón, Taiwán, Mauricio, Uruguay y Costa Rica.
Sin embargo, el panorama global no es alentador. Según el informe, la democracia retrocedió en la mayor parte del mundo durante 2023, especialmente en América Latina y el Caribe, así como en Oriente Medio y el norte de África. Actualmente, el 39 % de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios, una cifra preocupante.
En el caso del Perú, se nos ubica dentro de los regímenes híbridos. Es decir, somos una democracia, pero con rasgos autoritarios, lo cual es fácil entender por qué. Hace poco vivimos una “sucesión presidencial”, lo que, en principio, puede considerarse un acto democrático: una vacancia ejecutada según la Constitución. Pero lo que no es democrático es que, ante la protesta ciudadana, se reprima a quienes alzan su voz, mucho menos que se dispare contra personas inocentes. Tampoco es democrático tener un presidente que actúa como un títere político, pidiendo ayuda al Congreso para sostenerse en el poder.
Lo que estamos viendo parece una caricatura: un líder sin respaldo que corre hacia el Congreso diciendo: “Amigos congresistas, ayúdenme, que el pueblo me quiere sacar”. Aunque haya cambiado el rostro del gobierno, los peruanos sabemos que el fondo sigue siendo el mismo: un show político. Y ese supuesto “gabinete de ancha base” del que tanto se habla no tiene nada de amplio: la mayoría de sus integrantes son los mismos rostros del régimen anterior, los mismos que justificaron la represión y defendieron lo indefendible.
Somos, sin duda, una democracia híbrida que huele a dictadura y compadrazgo, donde las calles se convierten en el reflejo del descontento popular. Cuando una autoridad es incapaz de escuchar, de canalizar las demandas ciudadanas, la democracia se transforma en “democradura”: un sistema que combina los rostros de la impunidad con la mano dura que calla al que protesta.
Como decía una pancarta en las marchas: “No podemos permitir que por protestar alguien sea baleado, por discrepar alguien sea silenciado y por denunciar la corrupción alguien sea perseguido”. El Perú no puede seguir gobernado por títeres ni cómplices del silencio. Si este presidente no rompe con la herencia autoritaria ni con el Congreso que lo sostiene, entonces el pueblo tendrá que seguir gritando en las calles, hasta que se vayan los que no saben escuchar. Porque la democracia también implica escuchar al que no está de acuerdo o escuchar para que los que están en el poder recuperen legitimidad y sean creíbles.