POR: GUSTAVO PINO
El sábado cayó sobre Moquegua con un ambiente de expectativa. A las siete de la noche, en el auditorio de la Tercera Feria Internacional del Libro (FIL) de Moquegua, se realizó la presentación del libro La escena contemporánea de José Carlos Mariátegui, a propósito de los cien años de su publicación.
Fue mi primera participación en esta feria y me sorprendió la afluencia de público. Asistieron estudiantes, docentes, familias y lectores jóvenes. El interés fue constante y el auditorio se mantuvo atento durante toda la actividad. La feria, en general, mostró una organización en crecimiento y un esfuerzo visible por consolidar un espacio cultural para la región.
La charla estuvo a cargo de mi persona y de un representante del Fondo de Cultura Económica, casa editorial que resguarda la obra de Mariátegui con el celo que se reserva a los clásicos. Hablamos del ensayo como forma de visión, de la escritura como instrumento de pensamiento, y del modo en que La escena contemporánea —ese conjunto de textos que el autor publicó en 1925— se anticipó al derrumbe de Europa y al nacimiento de una sensibilidad moderna.
En cierto momento, el diálogo se volvió introspectivo. No era solo una conversación sobre un libro, sino sobre una manera de mirar el mundo. Mariátegui no analizó el siglo XX desde la distancia de un crítico, sino desde la emoción de un testigo. Su ensayo, decíamos, no describe: filma. Hay en su prosa un movimiento casi cinematográfico, un montaje de ideas que se suceden con la intensidad de una escena visual. En su mirada, la literatura y el pensamiento se confunden, como dos cámaras enfocando el mismo paisaje desde ángulos distintos.
Mientras hablábamos, observé los rostros en la primera fila: un grupo de jóvenes tomaba apuntes; una mujer mayor asentía con la mirada encendida; un niño hojeaba distraído un ejemplar del libro. Pensé entonces que ese era el verdadero sentido de un centenario: no rendir homenaje al pasado, sino comprobar que una obra sigue respirando, que su lenguaje todavía nos interroga.
Al término de la presentación, los organizadores —la Municipalidad Provincial Mariscal Nieto— tuvieron un gesto que me conmovió: me entregaron una medalla de honor al mérito cultural por la publicación de mis libros y mi aporte al desarrollo cultural de la región.
La noche terminó con los puestos de libros aún abiertos, los vendedores conversando con los últimos visitantes, y la brisa del sur arrastrando los ecos de la jornada. Caminé por la explanada de la feria con la sensación de que algo, en silencio, se había afirmado.
Mariátegui decía que el pensamiento no se hereda: se conquista. Y esa conquista —la del conocimiento, la del arte, la del diálogo— empieza en espacios como este, donde la palabra vuelve a ser una forma de encuentro.
Cien años después, La escena contemporánea no es un libro del pasado. Es una ventana abierta al presente. Y quizás, en Moquegua, bajo las luces de esta feria que crece cada año, el Amauta volvió a hablarnos —no desde su tiempo, sino desde el nuestro.