martes, 14 de octubre de 2025
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Verdad, poder y mentira

El conversatorio cerró con una conclusión compartida: defender el periodismo profesional y el uso responsable del lenguaje es una forma de resistencia ante la manipulación y el ruido informativo.

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POR: GUSTAVO PINO

La mentira se ha vuelto una herramienta cotidiana. No necesita disfraces ni intermediarios; circula libre en titulares, videos o frases virales. Su poder no se limita a engañar: desorienta, borra la frontera entre lo verdadero y lo posible. En ese terreno inestable, el lenguaje —materia común de la vida pública— se transforma en un campo de batalla. El aire tibio de la mañana en Arequipa se filtraba por las ventanas de la Biblioteca Mario Vargas Llosa mientras me preparaba para cubrir el X Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE). Fui designado como corresponsal por este diario, Prensa Regional, y fue allí donde asistí al conversatorio “Noticias falseadas. El poder de la mentira”, organizado por el Instituto Cervantes.

El encuentro reunió a Luis García Montero, Pepa Bueno, María Moya y Juan Aurelio Arévalo Miró-Quesada, bajo la moderación de Jordi Gracia y Raquel Caleya. El tema era urgente: la expansión de la desinformación y la manipulación del lenguaje en la era digital.

García Montero, poeta y director del Instituto Cervantes, abrió el diálogo con una afirmación que fijó el tono del debate: “Las palabras nacieron para entendernos, pero en manos del poder se vuelven instrumentos de confusión.” Su intervención situó el problema en un plano ético: cuando el lenguaje se desvincula de la verdad, la sociedad pierde su base de entendimiento. “Cuando el lenguaje pierde su función de verdad, la comunidad se fragmenta”, añadió con serenidad.

Pepa Bueno, periodista y ex directora de El País, tomó la palabra para analizar la dimensión política del fenómeno. “La mentira, en la era digital, no busca únicamente engañar, sino gobernar.” Explicó que las noticias falsas actúan como una forma de poder blando que sustituye la deliberación por la manipulación emocional. “Ya no se trata de debatir ideas, sino de fabricar identidades enfrentadas. Las fake news se convierten en banderas”, advirtió.

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Pepa Bueno, periodista y ex directora de El País.

La investigadora María Moya abordó el tema desde la perspectiva académica. Describió cómo la desinformación se sostiene sobre tres factores: los intereses políticos que la impulsan, la falta de regulación en las plataformas digitales y la confusión del público al no distinguir entre opinión y hecho. “Nos enfrentamos a una tormenta perfecta —dijo—. Creemos lo que confirma nuestras ideas y los algoritmos se encargan de reforzarlo.” Moya subrayó la urgencia de fortalecer la alfabetización mediática y digital como respuesta estructural al problema.

Por su parte, Juan Aurelio Arévalo Miró-Quesada, director del diario El Comercio, centró su intervención en el papel del periodismo profesional. Criticó la creciente informalidad en la práctica informativa y la falsa percepción de que cualquiera puede ser periodista. “Informar no es agarrar una cámara o escribir en un muro. Es verificar, contrastar y asumir el costo de decir la verdad.” Arévalo insistió en que la precarización del oficio y la pérdida de rigor abren paso al empirismo y erosionan la credibilidad de los medios. “Si se diluye la frontera entre opinión y noticia, el periodismo pierde sentido”, afirmó.

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Juan Aurelio Arévalo Miró-Quesada, director de El Comercio.

Los ponentes coincidieron en que la mentira se ha convertido en un sistema estructural, no en un error ocasional. Se mencionaron ejemplos como el Brexit, la campaña de Donald Trump y las estrategias de manipulación digital en América Latina. Pepa Bueno resumió el diagnóstico en una frase breve: “El siglo XXI es el siglo de la desconfianza.”, pues la verdad no es un atributo abstracto, sino una práctica social que requiere esfuerzo, método y responsabilidad.

En la parte final, García Montero volvió sobre el deterioro del lenguaje público. “La mentira no solo daña la política. Daña la palabra, que es lo único que sostiene la comunidad.” Propuso asumir la verdad como un compromiso colectivo con la realidad verificable. “El lenguaje es un bien público. Si lo contaminamos, perdemos la posibilidad de reconocernos”, sostuvo.

El conversatorio cerró con una conclusión compartida: defender el periodismo profesional y el uso responsable del lenguaje es una forma de resistencia ante la manipulación y el ruido informativo. Arévalo planteó recuperar las redacciones como espacios de contraste y deliberación. Moya insistió en que las audiencias deben aprender a evaluar críticamente las fuentes. Pepa Bueno recordó que sin confianza no puede haber democracia ni periodismo viable.

Al final, los asistentes permanecieron en sus asientos unos minutos más. El debate había puesto en evidencia que la lucha contra la mentira no se libra solo en los medios, sino también en cada conversación cotidiana. En tiempos de saturación informativa, las palabras siguen teniendo poder. El desafío, coincidieron todos, es devolverles sentido.

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