POR ABOG. JESÚS MACEDO GONZALES
No sé si les ha pasado que, en los medios de comunicación, e incluso en las conversaciones cotidianas, sobre todo entre personas mayores, se habla constantemente de los “partidos de izquierda” y los “partidos de derecha”. Pero, ¿realmente existen hoy en día partidos que respondan de manera fiel a esas categorías? Si revisamos los orígenes de estas denominaciones, descubrimos que su sentido actual se ha desdibujado: ya no tenemos partidos que se ajusten de manera estricta a esas etiquetas, e incluso muchos carecen de una ideología definida.
El origen de la clasificación entre izquierda y derecha proviene de la Francia revolucionaria. En el primer parlamento francés, quienes se sentaban a la derecha eran los conservadores, defensores del statu quo, mientras que a la izquierda se ubicaban los que buscaban el cambio y promovían una suerte de revolución. A partir de ese hecho histórico surgió la denominación que se extendió al resto del mundo.
Ahora bien, la pregunta es inevitable: ¿los partidos políticos actuales que se autodenominan “capitalistas” realmente promueven que los peruanos emprendamos y generemos empleo a partir de nuestro propio esfuerzo? ¿O más bien defienden los intereses de ciertos grupos empresariales? Y, por otro lado, ¿los partidos que se dicen “de izquierda” están cumpliendo con la tarea de reducir las desigualdades históricas y garantizar una distribución justa de los ingresos en el país?
La realidad muestra que hablar hoy de “izquierda” y “derecha” no se corresponde con la fundamentación ideológica de quienes dieron origen a esas corrientes. El mundo contemporáneo ya no está dividido en capitalistas y socialistas. Incluso existen países que se autoproclaman socialistas, pero cuya economía depende en gran medida de las exportaciones y el capital. En el caso peruano, nuestra Constitución establece que somos una Economía Social de Mercado; es decir, el Estado promueve la inversión privada, pero al mismo tiempo asume un rol subsidiario en áreas estratégicas como la educación y la salud.
Desde la ciencia política, por tanto, resulta cada vez más difícil reducir la diversidad de ideologías a los polos de izquierda o derecha. Hoy se multiplican los movimientos sociales y políticos: pensemos en el feminismo, que lucha por la igualdad entre hombres y mujeres y que cuestiona tanto al capitalismo —por perpetuar desigualdades económicas y de género— como al socialismo —por invisibilizar históricamente el trabajo de la mujer. Otro ejemplo es el ambientalismo, que coloca en el centro la protección del planeta, o los movimientos en defensa de los derechos de los niños, de las minorías lingüísticas o de quienes valoramos la democracia como un sistema basado en el diálogo y el consenso.
En este contexto, la pregunta surge con fuerza: ¿los ciudadanos que cada fin de semana salen a protestar contra el gobierno son realmente “de izquierda” o “de derecha”? La respuesta parece ser que no. Más bien, las etiquetas ideológicas tradicionales resultan insuficientes para explicar la complejidad de las demandas actuales.
Por eso, tal vez sea hora de dejar de encasillarnos en una polarización que poco aporta al debate público. En lugar de repetir etiquetas que dividen y deslegitiman al otro, deberíamos centrarnos en lo esencial: las necesidades reales de la ciudadanía y cómo la política puede responder a ellas. Al final, más que discutir si una propuesta es “de izquierda” o “de derecha”, lo que importa es si contribuye a construir un país más justo, inclusivo y democrático.