POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ
Pocos departamentos en nuestra patria tienen las características peculiares que encontramos en Moquegua: por una parte, la capital, si bien es cierto que es más ciudad en el sentido de la historia y tradiciones, es menos urbe que Ilo, en lo que respecta a economía y progreso.
Es más, se podría decir, utilizando los conceptos de Alvin Toffler, que en nuestra región coexisten en cierta forma, en su estrecho marco territorial, las condiciones previas a las tres olas a las que se refiere en sus trabajos… la agrícola, la industrial y la que podría llamarse ola informática.
Ahora bien, ¿qué es lo que marca el comienzo del crecimiento —me resisto a llamarlo desarrollo— de Ilo? Pues bien, querámoslo o no aceptarlo, es el inicio de las operaciones, allá por el año 1956, de la empresa minera Southern Perú. Actividades que ocasionaron, sin lugar a dudas, muchos perjuicios que por bien conocidos está de más señalarlos, pero también cabe precisar que trajeron consigo nuevos trabajos y una nueva forma de ver y encarar la vida. Trabajos y filosofía que permitieron que llegaran a la zona profesionales de calidad que, con el correr del tiempo, han permitido que Ilo sea tan diferente de Moquegua y del resto de ciudades del departamento. ¡Y cuidado, digo diferente y no mejor!
En cambio, la ciudad capital, desprovista hasta hoy de mayor inversión privada, languidece imbuida en líos casi caseros en torno a la actividad del sector público y, lo que es peor, muchas veces en un combate descarnado entre sus mejores hijos. No hay propuestas cuerdas, no hay liderazgos racionales. Casi siempre se imponen las protestas iracundas. Por ello, quizás en lugar de entrevistas orales a los innumerables candidatos, se les debería pedir escritos. La palabra escrita exige más calma y meditación. Es más fácil engañar con la oratoria que inflama que con la idea escrita que hace pensar. Prueba de ello son los grandes demagogos como Hitler, Mussolini y otros más cercanos, que en lugar de presentar propuestas hacen uso y abuso de las modernas tecnologías para disfrazar su inmoralidad y falta de propuestas.
Y si a todo lo anterior agregamos que prácticamente nadie lee, que nadie conversa en el buen sentido de la palabra, cada día que pasa nos hace pensar que ya no hay lugar para la inteligencia creadora, porque las mayorías solo se guían por lo que ven y escuchan en internet y en sus celulares inteligentes, los cuales poco a poco están reemplazando a las neuronas e incluso a los credos religiosos, cuyos locales y ritos serán muy pronto reemplazados por la denominada inteligencia artificial que —espero equivocarme— reemplazará con sesiones virtuales la asistencia a los ritos, como las confesiones a través de celulares.
Y aquí, ante tales panoramas, ¿qué podemos hacer? Porque si nos guiamos por lo que dicen y dirán los miles de candidatos, tendríamos que votar por todos y cada uno de ellos y, dado que la oferta electoral es tan similar, sobre todo en no decir la verdad —bien porque la ignoran, bien porque no es popular— me atrevo a proponer que, al igual que en un concurso de belleza, se organice en algún escenario del departamento la presentación de los postulantes.
Estos, acicalados y vestidos con sus mejores galas, desfilarían por pasarelas donde el grueso de la población podría darse tiempo para escoger el candidato de su preferencia, que poco o nada podrá hacer ante el poder económico de las grandes empresas y la capacidad tecnológica de las mismas.