POR: JORGE ACOSTA ZEVALLOS
En el Perú, se ha normalizado una injusticia silenciosa: llamar “lagarto” o “lagartija” a personas falsas, tramposas o sin escrúpulos. Esta distorsión cultural ha convertido a un animal noble y ecológicamente esencial en símbolo de desprecio. Es hora de revertir esa narrativa.
Las lagartijas no solo existen en nuestro territorio desde tiempos preincaicos e incaicos: son guardianas del equilibrio ambiental, testigos de nuestra historia natural y víctimas de ignorancia colectiva.
LAGARTIJAS REALES, NO IMAGINARIAS
En el sur del Perú —especialmente en Moquegua— habitan especies que merecen respeto y protección:
Liolaemus chiribaya: Endémica de Torata, descubierta en 2019. Vive en zonas rocosas entre 2600 y 3000 m s. n. m. Su coloración marrón con turquesa y su cabeza ancha la hacen inconfundible. Esta especie no existe en ningún otro lugar del planeta.
Microlophus tigris: Habita zonas arenosas, áridas y rocosas de la costa peruana. Común en Ilo, se alimenta de insectos y restos orgánicos. Destacan en la playa de Pozo de Lizas; de mayor tamaño, se acercan a pescadores en busca de alimento, demostrando inteligencia y adaptación. No es invasiva ni peligrosa: es parte del paisaje y aliada silenciosa del ser humano.
¿POR QUÉ SON VITALES?
Las lagartijas no son decorativas. Son reguladoras de insectos, presas clave en la cadena alimenticia y bioindicadoras de salud ambiental. Su desaparición provocaría desequilibrios ecológicos graves. Ignorarlas es sabotear la sostenibilidad de nuestros propios ecosistemas.
El lagarto y la lagartija, si bien pertenecen a la misma orden (Squamata), son diferentes. Los primeros son grandes y no existen propiamente en el Perú. Ocurre lo contrario con la variada lagartija, que es de menor tamaño y a la cual el popular peruano equivocadamente denomina “lagartos”.
Los verdaderos lagartos son: el dragón de Komodo en Indonesia, la iguana verde en América Central y del Sur, el camaleón pantera en Madagascar y el monstruo de Gila en EE. UU. y México, entre otros de hasta tres metros como promedio.
Lo más negativo en contra de las lagartijas son distintos mitos que se han transmitido oralmente de generación en generación, como: ¡Son venenosos!, ¡Si te rozas o te pegan te contagian enfermedades!, ¡Son agresivas y atacan a las personas! y la lista es extensa. Estos mitos son producto del miedo, la ignorancia y la repetición sin fundamento. Las lagartijas huyen del ser humano, no lo enfrentan. Son tímidas, discretas y absolutamente inofensivas.
ESTUDIOS DE IMPACTO AMBIENTAL: ¿PROTEGEN O IGNORAN?
Algunos proyectos, como el de la planta de tratamiento “Huatipuka”, han incluido planes de manejo para preservar especies como Liolaemus chiribaya. Pero esto no debe ser la excepción: todo estudio de impacto ambiental en zonas áridas y costeras debe considerar a las lagartijas como especies clave. No hacerlo es negligencia ecológica.
Las lagartijas existieron en tiempos preincaicos e incaicos. Aunque menos representadas que el cóndor o el puma, formaban parte del entorno simbólico y natural. Su capacidad de regeneración, su adaptación a ambientes extremos y su rol silencioso en la vida cotidiana las convierten en símbolos de resiliencia, sabiduría y equilibrio.
CONCLUSIÓN
Las lagartijas no son insulto, ni amenaza, ni superstición. Son especies nativas, valiosas y esenciales. En Moquegua, su presencia no es casual: es parte de un legado biológico y cultural que merece respeto, estudio y protección.
Defender a la lagartija es defender la vida misma.