POR: JESÚS MACEDO GONZÁLES
La semana pasada se desarrolló en Lima la Semana Social, organizada por la Conferencia Episcopal de Acción Social, el Instituto Bartolomé de las Casas y la Conferencia de Religiosas y Religiosos del Perú (CRP), bajo el lema: “Caminando juntos con esperanza por el Bien Común”. Este encuentro nos invita a reflexionar: ¿tenemos realmente esperanza en nuestras vidas? ¿Sabemos en qué consiste? ¿Somos conscientes de su importancia, sobre todo en el complejo contexto nacional y regional que atravesamos?
Según la Doctrina Social de la Iglesia, la esperanza no es un simple sentimiento interno; es una fuerza transformadora que nace del amor divino. Esta virtud impulsa acciones concretas en favor de la liberación, la justicia y la dignidad humana. Trasciende lo individual y se convierte en un dinamismo comunitario que fomenta el cambio social a través de la justicia, la solidaridad con los más vulnerables y la promoción del respeto por cada persona.
En otras palabras, cuando protestamos porque el problema de la contaminación del río Coralaque sigue sin resolverse, cuando exigimos que nuestras autoridades actúen con responsabilidad y transparencia, cuando pedimos que niños y mujeres vivan libres de violencia, estamos movidos por la esperanza. Es la exigencia de un futuro distinto, de un país donde la justicia y la dignidad no sean discursos, sino realidades. La esperanza nos empuja a transformar aquello que nos indigna.
El papa Francisco comparó la esperanza con un ancla firme en medio de la oscuridad, resaltando su importancia, sobre todo para quienes sufren. En épocas de crisis, problemas y desconfianza, la esperanza nos protege del desánimo, nos impide bajar la guardia y nos libra del pesimismo.
En mi época universitaria, por ejemplo, me tocó enfrentar la dictadura de Alberto Fujimori durante su segundo mandato, cuando ya era evidente el abuso de poder: el cierre de espacios críticos en los medios, la compra de congresistas para asegurar mayorías, entre otras prácticas. Incluso después de graduarme y mudarme a Lima, seguí protestando, convencido de que la situación cambiaría. Tenía la esperanza de que esa dictadura caería.
Esa esperanza se materializó con el gobierno de Valentín Paniagua, que impulsó la transparencia, la creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y luego, con Alejandro Toledo, la participación juvenil a través del Consejo Nacional de la Juventud. La historia nos demuestra que, aunque haya momentos en los que parezca que nada cambia, la realidad siempre se transforma. Los problemas de ayer no son los de hoy: en los 80 y 90 el terrorismo nos impedía vivir con libertad; hoy enfrentamos otros retos.
En algunas regiones, el desafío es proteger lo que el papa Francisco llama “la casa común”: evitar que la minería ilegal bloquee el desarrollo, impedir que empresas con poder económico contaminen sin asumir responsabilidades, y exigir que el ciudadano viva con coherencia los valores que defiende. Asimismo, que el funcionario público sirva a la gente y no a intereses partidarios o personales.
La esperanza es el alimento espiritual de quienes no se dejan vencer por la muerte, el miedo, el dolor, el enojo o la injusticia. Por eso, quiero cerrar con un pasaje del libro de Eclesiastés que resume su esencia:
“Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir y un tiempo para construir; un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto y un tiempo para saltar de gusto; un tiempo para esparcir piedras y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse; un tiempo para buscar y un tiempo para dar por perdido; un tiempo para guardar y un tiempo para tirar; un tiempo para rasgar y un tiempo para coser; un tiempo para callar y un tiempo para hablar; un tiempo para amar y un tiempo para odiar; un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz.”