POR: EDUARDO VEGAZO MIOVICH (PROMOCIÓN 1957)
Uno de nuestros profesores –Ernesto “che” Tapia–, gracias a su vinculación con miembros de la Iglesia Católica, consiguió que una parte de la delegación pernoctara en el Colegio San Carlos “Carolino” de esa ciudad. Allí quedaron los “voluntarios”, es decir, los más “cojudinis”.
El resto, “los menos acojudados”, a media noche y a paso ligero, salimos a la calle buscando hospedaje en algún lugar, no había nadie a quién preguntar. Creo que el termómetro marcaba alrededor de cero grados y, “por ver qué pasa”, nos quitamos la camisa corriendo por medio de la calle, hasta que un policía nos hizo el “paralé en seco”, y tuvimos que volver a la normalidad.
El mismo policía nos orientó hacia donde encontraríamos un alojamiento de no sé cuántas estrellas. En él dormimos sobre tarimas de madera “cero colchones” a cielo abierto y a oscuras, es decir, hotel de “infinidad de estrellas”, no permitido por la Ley turística. Cuando fue aclarando el día, nos dimos cuenta de la realidad. Pedimos la cuenta: –Dos soles cada uno–, nos dijo el portero, pero sólo le dimos un sol. –No hay más– le dijimos mostrándole nuestra impávida faz.
Con la primera luz de la madrugada, descubrimos que era de más estrellas de las que permite el reglamento hotelero, pero estrellas de las auténticas. No tenía techo, y era “condominio” porque se trataba de un gran canchón o “tambo” en el que se alojaban decenas de cholitos que durmieron con poncho y chullo, y sus mercaderías al costado, los mismos que estaban de paso por la ciudad, y afuera, cada cual, en sus estacas, los esperaban sus medios de transporte (burritos 4 x 4).
Por ahí cerca había una pileta repleta de agua con la que intentamos lavarnos la cara, pero estaba congelada con una capa de hielo de unos dos a tres centímetros de espesor.
Luego nos reunimos con el resto de la delegación para conocer el lago Titicaca y recorrer sus orillas llenas de totorales, en las que algunas cholitas con el agua a media canilla hacían algunas labores de lavado de ropa y de algunas verduras. Nos reunimos con el resto de la delegación en el Colegio “Carolino”, sacamos nuestro equipaje y agradecimos al señor director del Colegio (sacerdote) por la ayuda prestada.
Luego retornamos a Juliaca (carretera) desde donde continuamos el viaje en tren, pasando por Calapuja, Laro, Pucará, Tirapata, Ayaviri, Chuquibambilla, Santa Rosa, La Raya, Maranganí, Chectuyó, Sicuani, San Pablo, Tinta, Checacupe, Cusipata, Urcos, Huambutio, Oropeza, Saílla y San Jerónimo, para finalmente arribar a Cusco, alojándonos en un hotel del centro de la ciudad.
En esos tiempos, el turismo no era muy intenso, escaso diría yo, lo que nos permitió recorrer la fortaleza de Saqsayhuamán y la mayor parte de lugares atractivos de construcción incaica, así como los Museos, la Piedra de los Doce Ángulos, las Iglesias, la Catedral y todo lo que pudimos.
En esta última, un sacerdote nos permitió acompañarlo por toda la edificación, incluyendo la torre con la famosa campana “María Angola”. Abajo, en el gran templo, el “Púlpito de San Blas” y, además, nos mostró, y hasta nos permitió tocar, la famosa “Custodia” de oro macizo, adornada con una serie de piedras preciosas incrustadas en el metal. En la actualidad, por motivos de seguridad, sólo se le ve en fotografías o videos.
Para despedirnos, todos llevamos la “mano al hígado” y, lo que habíamos ahorrado en el “tambo de las mil estrellas”, lo depositamos en la alcancía de la Catedral, junto con nuestro eterno agradecimiento al amable sacerdote.
Pero, de un momento a otro, caímos en cama muchos de los excursionistas –alumnos y profesores– con cerca de cuarenta grados de fiebre, habiendo contraído la plaga de “gripe asiática” que recorrió el mundo, el Perú y llegó a esa ciudad, convirtiendo a nuestro hotel en “sala uci” o de “cuidados intensivos”. Nos afectó sólo a los que “no probamos” el pisco durante el viaje y a los demás, no les entraba bala. Aunque de retorno sí cayeron algunos…
Lástima que por esa pandemia de “gripe asiática” no pudimos ir a Machu Picchu. Pero, de todas maneras, fue un suceso inolvidable por todo lo que pasó y pasamos, por todo lo que logramos y disfrutamos, y ahora, por todo lo que recordamos.