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6 junio, 2025 2:23 pm

Excursión al Cusco – Parte I: Preparando el viaje de nuestras vidas

Finalmente, pudimos reunir los fondos económicos necesarios que cubrirían los gastos de viaje –pasajes, alimentación y alojamiento …

POR: EDUARDO VEGAZO MIOVICH (PROMOCIÓN 1957)    

Era tradicional que los alumnos de la promoción del quinto año de secundaria llevaran a cabo un viaje de promoción a algún lugar del Perú.

Nuestra elección fue visitar la capital del Imperio Incaico, la ciudad del Cusco, y para tal efecto había que reunir fondos para cubrir los costos de viaje, alojamiento, alimentación, entretenimiento y demás gastos que demandaría una excursión que se efectuaría en unos diez a doce días.

En primer término, luego de nuestra primera reunión, elegimos a los profesores que nos acompañarían y que, conjuntamente con nuestra supervisión, efectuarían todas las acciones a seguir para la consecución del dinero necesario, sin que esas actividades interfieran en la continuidad de los estudios.

Con la anuencia de la Dirección del Colegio, organizamos, entre otros, una serie de eventos de distracción para el público en horarios nocturnos de fin de semana, a precios razonables, a fin de que el público acudiera:

Partidos de básket bufo, “Moqueguanas vs Torateñas” y otros.

Partidos de “fulbito nocturno” en la cancha de básket sin iluminación, con la pelota de trapo bañada en petróleo y encendida, es decir, una bola de fuego, en el que los jugadores competíamos con alguna ropa en desuso para protección de todo el cuerpo y, a la vez, la correspondiente advertencia para los espectadores.

“Tiro al negro”: Con algunos cartones, listones de madera y cartulinas, confeccionamos un cartelón, con sus respectivos círculos numerados y un punto central hueco, como “blanco” o “bull”, por donde nuestro amigo, moreno él, colocaba voluntariamente y debidamente protegida su cara en el centro del cartel como “blanco”, al que lanzábamos pelotas de trapo impregnadas de harina hacia la cara de nuestro amigo.

“Levantamiento de pesas”, a cargo de los más fornidos del salón, quienes salieron al centro del campo con sus cuerpos debidamente engrasados para resaltar sus musculaturas. No obstante, pese al gran esfuerzo efectuado, “ninguno de ellos pudo” levantar las pesas. Sin embargo, nuestro otro “fornido” compañero Ismael, de escaso kilaje, hizo gala de su “gran fuerza”, retirándolas, al finalizar la presentación, con sólo una mano. (Eran de cartón).

“Concierto de violín”, a cargo del “violinista” Ismael, presentándose impecablemente ataviado con elegante frac (de los auténticos), siendo recibido con unánimes y respetuosos aplausos en el centro del campo deportivo improvisado como escenario. En ese lugar lo esperaba el “maestro de ceremonias”, una silla esterilla de comedor y la correspondiente partitura o guía para interpretar una pieza de música con su respectivo soporte plegable. Inició su presentación con una elegante venia, agradeciendo solemnemente los aplausos de la concurrencia. Silencio total. Lo único que se escuchaba era el zumbido de los zancudos. Colocó el estuche del instrumento sobre la silla, extrajo delicadamente el violín y, acercándoselo un poco al oído, hizo algunos ajustes para afinarlo. Seguidamente, tomando el instrumento con la mano izquierda, lo acomodó bajo el mentón, y, al mismo tiempo que manipulaba el arco para iniciar el concierto, el “maestro de ceremonias” levantaba los ánimos del público con emocionantes y enfervorizadas palabras, loando las excelsas virtudes del concertista, solicitando encarecidamente a los concurrentes guardar absoluto silencio a fin de que pueda admirar las virtuosas notas que arrancaría del fino instrumento.

Pese a esa solicitud, el inicio del concierto fue interrumpido por el abrupto ingreso al campo de un personaje ajeno al acto “para mirar de cerca la actuación”, manifestó él, quien portaba una vieja maleta de viajero provinciano, vestido a usanza de recónditos pueblitos serranos de nuestro gran departamento moqueguano, es decir, “un cholito” con poncho, chullo y ojotas “recién bajadito”, quien, con toda confianza, se sentó en su maleta sin importarle las protestas de la concurrencia. Rápidamente fue desalojado por un miembro de la Guardia Civil, ubicándolo en las gradas de la tribuna.

Acto seguido, el violinista hizo tres “amagos” o intentos para iniciar el concierto, luego bajó lenta y elegantemente el arco e igualmente el violín, los guardó en el estuche, se despidió respetuosamente del público con otra venia y emprendió elegante caminar hacia los camarines portando el instrumento, en medio de las caras sorprendidas y disconformidad del público por lo visto y no escuchado. El motivo del retiro del violinista se debió a la porfiada actitud del “cholito”, quien con su maleta había invadido nuevamente el escenario y que, pese al esfuerzo del “guardia” y otros colaboradores, no lograron desalojarlo. Es decir, se puso más terco que una llama. Rápidamente se dio maña para abrir su maleta, de la que extrajo un cartel que, al ser desplegado a brazos abiertos y con letras muy visibles, decía: “FIN DEL CONCIERTO”. Así terminó el “solo de violín”, en medio de una gran ovación.

Organizamos, también, varios bailes sociales en los salones de Actos del Plantel y en el del tradicional Hotel “Los Limoneros”, que fueron gran éxito, tanto en el aspecto organizativo como en el económico.

Partidos de fútbol interprovinciales, en los que siempre salimos triunfadores con nuestro recordado equipo “Simón Bolívar” que, conforme y pacientemente iban apareciendo nuevos jugadores, nuestro querido profesor de Educación Física, Hermógenes Arenas, fue renovando el equipo.

Finalmente, pudimos reunir los fondos económicos necesarios que cubrirían los gastos de viaje –pasajes, alimentación y alojamiento–, a los que se sumó la contribución de nuestros padres para los “gastos extras” de sus respectivos hijos. [Continúa mañana]

Análisis & Opinión