POR JORGE ACOSTA ZEVALLOS
Una noticia muy valorada por los amantes del amigo del hombre en nuestro país ha sido el reconocimiento como raza ancestral al perro denominado “pastor Chiribaya”, realizado por la Federación Canina Americana (FECAM), a petición de la Asociación Canina Peruana y la Unión Canina Peruana. El reconocimiento ha merecido reportajes en diversos medios de comunicación y artículos especializados del país. De esta manera, se suma al también ancestral perro pelado o de los incas un nuevo perro precolombino.
El perro pastor Chiribaya debe su nombre precisamente a la cultura preinca con influencia en el periodo de los 700 a 1476 d.C., con influencia en el territorio de la costa occidental del sur del Perú y norte de Chile, y cuyo núcleo durante el periodo intermedio era la cuenca del río Osmore, ubicada en la actual provincia de Ilo. Las investigaciones científicas demostraron que esta cultura sobresalió modestamente en la siembra de maíz, fréjol, zapallo, yuca y frutas como lúcuma y guayaba. El pastoreo de llamas y alpacas era también una cualidad, lo mismo la pesca rudimentaria, así como la destacable cerámica y textilería. Tenían una organización no muy compleja de jefes, trabajadores agrícolas y ceramistas. Testimonios de su vida económica y social han sido sus prácticas funerarias, donde acondicionaban huecos profundos con laterales de piedras, embalsamaban a sus muertos con finos tejidos y los acompañaban con vasijas de maíz, fréjol, parte de auquénidos y, en algunos casos, con sus perros, con la idea de un largo viaje al ultramundo.
Es en este escenario que conviven los Chiribayas con el ancestral hoy perro pastor Chiribaya. Los estudios realizados por el Grupo Walqui, en especial por la antropóloga Sonia Guillén, de las muy conservadas momias de la cultura Chiribaya en el distrito de El Algarrobal, provincia de Ilo, encontraron perros enterrados con parecidos estilos a los humanos. En ese marco se deduce que el canino era un acompañante amigable del habitante, de buena consideración y convivencia aceptable. Más indicios ratificaron que el animal era parte de la actividad del pastoreo de llamas y alpacas. Las características antropológicas eran autóctonas, diferentes, especiales y permanentes. La forma ósea del cráneo era rectangular, era lanudo y de colores entre pardo y blanco, sus patas cortas, mediana estatura, orejas caídas hacia adelante, dentadura uniforme y cerrada hacia adelante, su cola con pelo enroscada hacia su lomo sin tocarlo.
Para saber de su continuidad en la era actual se propusieron realizar estudios genéticos de los momificados y los semejantes actuales. Como se comprende, eso es casi imposible por sus costos y trascendencia. Y se ha recurrido a tabular semejanzas, y vaya que se encontraron muchas, primero en el sur del país y después en otros. Y el nombre que recibían era “perros chuscos”, “perros chamuscados” o “perros cruzados”, entre otros.
Expertos en la cría de perros ya han avanzado en el perfil del pastor Chiribaya y, con el actual reconocimiento, presentarán al ancestral perro pastor en las competiciones y ferias caninas. Desde nuestras tierras de Moquegua, Arequipa y Tacna debemos reivindicar a este canino sobreviviente que fue amigo y trabajador del hombre de Chiribaya. Así como los Moches legaron la existencia del perro pelado en sus huacos, los Chiribayas lo hicieron en los restos momificados de sus entierros.
En el presente aniversario de Ilo, lamentablemente, nuestro perro Chiribaya pasó muy, pero muy desapercibido.