POR CÉSAR CARO JIMÉNEZ
Mario Vargas Llosa ha muerto físicamente, pero vive y vivirá en nuestros recuerdos, plenos de admiración, críticas y orgullo. Porque el Premio Nobel, en toda su producción intelectual, fue fiel a lo que decía Ortega y Gasset sobre el hombre y sus circunstancias.
Por ello, en su homenaje, me permito —con la venia del director del Diario La Prensa Regional— publicar en estas páginas un artículo mío que apareció allá por la década de los noventa en el desaparecido diario Hoy. Creo que nos ayudará a comprender mejor a nuestro insigne escritor, cuya conducta muy bien hubiese podido ser motivo de un capítulo en la obra de Nietzsche: Humano, demasiado humano.
VARGAS LLOSA: ¿ENTRE SUEÑOS Y AMBICIONES?
¡Respeto y admiro a Mario Vargas Llosa!… Su talento como escritor y sus posiciones intelectuales y políticas merecen la atención –aun en las discrepancias– de todos los que creen que el valor de un hombre lo determina el valor de las cosas en que está interesado.
Empero, ello no es óbice para que considere que, en los últimos años, muchas facetas de su vida pública –sobre todo las ideológicas– respondan más que a una vocación intelectual, a principios o a sus demonios interiores… a un frío, razonado y coherente análisis y cálculo personal, en el cual las aspiraciones intelectuales están íntimamente ligadas con ambiciones políticas. ¡Y a las que tiene todo el derecho de aspirar!
Y en ese afán, da mayor importancia al detalle y olvida, quizás, que ninguna fraseología oculta o sustituye la realidad.
Así, en su respuesta a Günter Grass, puede leerse, por ejemplo, que los intelectuales deben optar “de manera clara a favor del sistema democrático y en contra de las dictaduras, sean éstas de izquierda o de derecha”. ¡Correcto y plausible!… Lo extraño y contradictorio en el autor de La ciudad y los perros y La Chunga es el momento en el cual rompió con la Revolución Cubana y su posterior deslizamiento (en forma paulatina, crítica y económicamente provechosa) hacia los terrenos de las ideas y la vida social conservadora, que en nuestro medio lo hacen pronunciarse a favor de todo lo que significan hombres como Belaunde y Bedoya.
Además, también aplaudimos y coincidimos cuando escribe: “Democracia, como socialismo y libertad, es una palabra prostituida por el uso contradictorio y confucionista que se hace de ella”… Sin embargo, me pregunto: ¿Hasta qué punto las actitudes individualistas, el egoísmo intelectual, las recriminaciones soberbias y la pretensión de tener siempre la razón y decir la última palabra no han contribuido –y contribuyen– a que dichas palabras sean letras muertas ante hombres hambrientos de justicia y pan?
Correcto: “…el consumismo tiende a relegar la literatura de creación a auditores minoritarios, en tanto que lo que lee el gran público suele ser una pseudo literatura conformista y adocenada”. Lo extraño y contradictorio en el autor de La casa verde y argumentos para telenovelas es observar el modo como intenta superar los males de la sociedad de consumo: ¡participando como jurado en concursos de belleza!
Correcto: “Porque su adhesión va más allá de la solidaridad ideológica y asume a menudo las formas de la beatería religiosa o de la adulación”… Precisamente el autor de Conversación en la Catedral y crónicas deportivas –tan amante de las agudas y altisonantes declaraciones– pecó, quizás, de lo mismo al guardar absoluto silencio durante la crisis de las Malvinas.
Mario Vargas Llosa es –¡qué duda puede haber!– sumamente inteligente. Cabría preguntarse si es, en la medida, escrupuloso… y si hoy en día podría suscribir aquella cita de Marx que allá por 1966 lo impresionó profundamente, a tal punto que –según sus propias palabras– la releyó varias veces, además de considerar que el “titánico y laborioso Flaubert” la hubiese podido firmar sin cambiar una coma:
“El escritor puede ganar dinero a fin de poder vivir y escribir, pero en ningún caso debe el escritor considerar su obra como un medio. Para él, su obra es un fin en sí mismo…”
Repito: ¡Respeto y admiro a Mario Vargas Llosa!… Pero asimismo creo que no nos debe extrañar su transformación –¿con conocimiento de causa?– política, crónicas deportivas, sus obras cursis, sus cautos silencios.
Y no nos deben extrañar, debido a que todas sus actitudes son congruentes y comprensibles –a mi modesto entender– en procura de dos objetivos: el Premio Nobel de Literatura y la obtención de un encumbrado sitial político en la escena nacional. (Los que solo leen deportes o/y obras de corte rosa… ¡también votan!).
Y en busca de obtener el primero, que habrá de impulsar sus ambiciones políticas (dadas las características sociológicas de nuestra patria, en la que priman elementos más emotivos que racionales, además de una frustración histórica en logros de carácter o reconocimiento mundial), veremos a Vargas Llosa efectuar mil piruetas verbales y callar muchas veces en siete idiomas.
Así pues, atacará constantemente a García Márquez. ¿Envidia… rencor intelectual?… Lo dudo: quizá sea el mejor modo de perfilarse ante la derecha intelectual –hambrienta de intelectuales de valía– como el hombre adecuado a sus intereses. Y así también, como hace poco en Bolivia, elogiará a la mediocridad y a los líderes sin carisma. (Estoy seguro de que pocos no repararon a quién recordaba Vargas Llosa cuando expresó la idea. Es que, para ciertos grupos, los hombres con personalidad y espíritu revolucionario son extremadamente peligrosos).
Ahora bien, como es obvio, también sabe administrar muy bien su silencio: ¿Acaso no optó, durante la crisis de las Malvinas, por el mutismo total?… Es que pronunciarse era tomar partido, y si optaba por Argentina se malquistaba con los anglosajones, los cuales –no lo olvidemos– influyen decisivamente en el otorgamiento del Premio Nobel… y si justificaba a Inglaterra, corría el peligro de perder influencia, porvenir político y lectores en su mayor mercado: Hispanoamérica.
Indudablemente, Mario Vargas Llosa, tarde o temprano, obtendrá el Premio Nobel. (No es descartable que lo apoyen ciertos “amigos”, ayuda por demás fácil si consideramos sus innegables méritos literarios).
Y quizá, gracias a éste y al apoyo de hombres como Belaunde y Bedoya, alcance incluso la presidencia del Perú, en la cual –estoy seguro– haría mejor papel que los anteriores… pero, para mí, “con un deprimente sabor a cenizas en los labios”, habrá concluido su mejor historia, en la que él será su mejor y más imaginario personaje, cercano en “virtudes”, “lenguaje” y “métodos de ficción” a dos seres de carne y hueso a los que Vargas Llosa intenta en vano imitar: Sartre y Camus… ¡Lamentablemente, muy alejado en lo concreto!