POR: NOLBERTO ARATA HURTADO
Había una vez un hombre incógnito, trascendente en la vida o quehacer individual de personas o multitudes. Era arequipeño, con genética moqueguana (aún está alguien con características antropométricas similares a las del incógnito, por ejemplo, antes de la operación, con incisivos sobresalientes y casi montados. Si hicieran ADN, seguro se establecería su parentesco). Transitó por distintos lugares del Perú y del mundo, y de esa experiencia aprendió y aplicó el arte de la sobrevivencia, que le facilitó llegar hasta lugares inusitados e inesperados, pero sí calculados.
Desde joven usó sus tácticas de sobrevivencia. Viajó a Cuba como admirador de la revolución. Regresó como gran detractor y defensor de Estados Unidos. USA lo premió incluyéndolo entre los escritores notables del boom literario latinoamericano, prestigiando su nombre y generándole sustanciosas ganancias por las ventas de sus incipientes producciones.
Viajó becado a Europa y también supo sacar ventajas, relacionándose con los mejores escritores y aprovechando esos vínculos para promocionarse y lograr contratos con una editorial española, que lo llevó a vivir allí, con un contrato de exclusividad de sus producciones y, posteriormente, obtener la nacionalidad.
Le faltaba, como al escritor Rómulo Gallegos, llegar a la más alta investidura política del país: la presidencia de la república. Regresó a radicar en el país. Su cercanía con el poder y su amistad con Belaunde y Bedoya… De pronto, la televisión peruana lo enfocaba entre los miles de asistentes en las manifestaciones; le hacían entrevistas presentándolo como un ciudadano ejemplar, interesado en los problemas del país y sus soluciones. Fundaron un partido político, con el incógnito como abanderado a la presidencia de la república y el importante apoyo financiero de la CIA, que —según se decía— aportó 10 millones de dólares, con mediación de Violeta Chamorro.
Hubo elecciones y, en la primera vuelta, obtuvo un muy alto porcentaje que, según los opinólogos, en la segunda vuelta aseguraría la presidencia. Pero ¡ahí está el pero! La semana previa a la segunda vuelta, el partido político supuesto ganador, en acto de soberbia, envió comités de transferencia a todas las empresas públicas y ministerios con las personas que ocuparían los cargos, y en cada entidad, con prepotencia, pedían información de gestión, lo que generó una subterránea protesta de los millones de trabajadores. La noche del domingo, la gran sorpresa fue que el contrario había ganado. Su rostro, cuando dio el discurso de estilo, era de tragedia griega.
Un grupo de polacos descubridores de las nacientes del río Amazonas tenía un fin especial y, para cumplirlo, contaban con el importante apoyo de nuestro personaje, quien sorpresivamente encabezó una marcha de protesta en el Campo de Marte para liberar Polonia de los comunistas. Con el apoyo de su amigo, que era el ministro de Economía, logró que el banco del Vaticano, el Banco Ambrosiano —que estaba en el país como un banco de segundo piso, es decir, para apoyar empresas e inversiones— enviara dinero a Lech Walesa, del sindicato Solidaridad, para hacer el movimiento libertario que triunfó y llevó a Walesa a ser presidente de Polonia. El papa Juan Pablo II supo valorar ese apoyo. Llegado el momento y la oportunidad, el incógnito reclamó la conjunción de los astros de Estados Unidos e Iglesia Católica para que reconocieran sus servicios prestados e influyeran para que la Academia Sueca lo premiara por su obra. Así fue.
Finalmente, decidió que le faltaba ser rey y, para lograrlo —y contra pronóstico— se unió a una reina… pero la del papel couché, con final nefasto, que esta vez el incógnito no calculó.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado con un estante de libros lleno.