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29 diciembre, 2024 10:19 am

La vegetariana, Han Kang

POR: EIFFEL RAMÍREZ AVILÉS   

La historia de La vegetariana no es compleja: una mujer, Yeonghye, deja de comer carne. Su esposo no la comprende, su familia tampoco, la sociedad es monótona. Pero La vegetariana es sencilla por lo que aparentemente muestra, que es solo la punta del iceberg. Es que esta novela de Han Kang esconde una verdad más honda que ni siquiera tiene que ver con los vegetarianos.

Yeonghye se convierte en vegetariana, primeramente, por unas pesadillas sangrientas. Rehúye comer carne y enflaquece de forma notoria, situaciones que causarán molestias y decepciones entre los tres narradores que la novela presenta: el esposo, el cuñado y su hermana. Al final, el primero la abandona. El segundo se aprovecha del momento para acostarse con ella. La tercera se compadece y parece atisbar un poco el abismo de Yeonghye.

Ciertamente, los vegetarianos no tienen por qué incomodar. Incomodarían cuando, por ejemplo, un vegetariano dijera que no come carne por no aceptar la violencia contra los animales; no obstante, una tarde, en su hogar veraniego, se le vería muy orondo, atragantándose de semillas y frutos secos, creyendo que el mundo estará bien mientras él no coma carne. Sería muy terrible que haya vegetarianos que se compadezcan de los animales y en las urnas aún voten por el armamentismo de su país.

Se ha apuntado, con razón, que Yeonghye no come carne no por ser una vegetariana en sí, sino porque es una forma de protesta contra la violencia humana en general. Por ese motivo, ella no solo deja de consumirla, sino que quiere convertirse realimente en un vegetal, dejando sin piso inclusive a los mismos vegetarianos. Entonces ella lo rechaza todo: no quiere comer nada, no quiere tratar con nadie, ya no parece pensar. Desea ser un árbol y enraizarse en la tierra. En la clínica, donde está prácticamente recluida, los médicos intentan insertarle a la fuerza comida, pero su propio organismo obstruye ya el esófago. En resumen, Yeonghye se ha desencadenado del mundo.

Desencadenarse del mundo. Esta es la frase que revela la insondable naturaleza de aquel personaje. Su hermana dice algo similar: Yeonghye habría acabado “por soltar el fino hilo que la unía a la vida diaria”. Yeonghye se ha desligado, en efecto, de sus congéneres, de sus costumbres y sus dioses, de sus glorias y miserias, de lo que es nacer y lo que es morir. Habría escapado a la rueda del destino, a la que estamos sometidos todos. Han Kang nos ha devuelto, así, al Bartleby de Herman Melville en su versión femenina, pero más acuciante.

Es imposible ensalzar a Yeonghye como heroína, y creo que ahí también las feministas se equivocarían. Yeonghye ha decidido olvidar hasta el género. Asimismo, no tiene ni siquiera salvación religiosa. Un anacoreta está lejísimos de su carácter. Para este, el cuerpo debe ser disciplinado para conseguir una victoria espiritual; para Yeonghye, en cambio, el cuerpo es estrujado con el fin de convertirlo en ramas, en algo aún material, al fin y al cabo. No hay aquí, pues, la clásica dualidad occidental de alma-cuerpo, sino que se trata de un monismo corporal irreductible (y espeluznante).

¿A quién, finalmente, recomendar la lectura de esta inquietante novela? Yo respondería con un título nietzscheano: a todos y a nadie.

Cortesía: Libros Maldonado

Análisis & Opinión