POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ
Ricardo, un veterano amigo, me dice, medio en sorna, medio en crítica: “¿Qué ganas escribiendo sobre temas económicos y políticos, y más aun proponiendo medidas que van a caer en saco roto? Pocos o nadie te lee, y si lo hacen, sonríen y vuelven a sus tareas habituales. Este país no tiene arreglo, tanto por los intereses de los grupos políticos y empresariales como por la ignorancia, el autismo o la falta de información de la mayor parte de los votantes e incluso de sus gobernantes. Muchos de los cuales saben muy bien cómo manipular a la opinión pública y cómo montar o administrar una maquinaria electoral, pero poco o nada sobre las mesetas, picos y valles de la economía, la cultura o la salud de un pueblo que, por la falta de previsión, hoy sufre las consecuencias de la corrupción. Al pueblo, en su gran mayoría, en forma individual solo le interesa tener los recursos para subsistir en el día a día, mientras que a los “líderes” políticos y empresariales los guía el afán de incrementar sus ganancias”.
“A ver, díganme: ¿conocen alguna concesión en la cual se haya hecho una adenda en favor del Perú? ¿Conocen algún contrato minero que fije plazos, límites o participación en las utilidades netas por parte de alguna entidad pública en la actividad empresarial? La cual, dicho sea de paso, permite que, en cierta forma, cada compañía esté por encima de las leyes y normas del país, hasta que se agoten los recursos que explotan, etcétera”.
Es cierto: aquí se han concesionado —regalado, digo mejor—, aparte de las minas y las irrigaciones, los puertos y los aeropuertos. En el caso de la mayoría de los países del mundo, los puertos eran de propiedad estatal e, inclusive, municipal. Por ejemplo, Róterdam, que es el puerto más grande de Europa, pertenece en un 70% a la ciudad; o el de Los Ángeles, en EE. UU., que es un fideicomiso de la Alcaldía. Estoy seguro de que, más adelante, cuando se revisen dichos contratos, saldrán a flote muchos entuertos. Y en cuanto a que los mismos son irrevisables y que están protegidos por los TLC y otros instrumentos legales, tan solo digo que los mismos no tienen carácter sagrado o de dogma. Caso contrario, y dicho sea como ejemplo, aún seguiríamos siendo colonia de España, existiría la esclavitud, no se hubiese establecido la jornada laboral de ocho horas y las mujeres no votarían.
Según la Real Academia Española, una pandemia es una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región. Extendiendo la definición, podríamos decir que en el Perú sufrimos varias pandemias, muchas de las cuales nacen y permanecen desde tiempos coloniales —recordemos las duras expresiones de Bolívar en “Carta de Jamaica”—, en cuanto a la idiosincrasia, sobre todo de las élites económicas limeñas.
Hoy la humanidad ha conseguido controlar la presencia del coronavirus, pero poco o nada ha conseguido para controlar la corrupción y su principal secuela o consecuencia: la inseguridad, haciéndonos recordar al preclaro investigador Alfonso Quiroz, quien en su “Historia de la corrupción en el Perú” relata parte de los esfuerzos denodados a través de nuestra historia para combatir la misma sin mayor resultado, dado que pareciera que la corrupción es asintomática o está protegida por las altas esferas. Haciendo recordar que el historiador británico Lord Acton escribió: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Y hoy el poder absoluto se ha refinado, tanto en gobiernos de sesgo de izquierda como de derecha. Y si bien los mismos procuran controlar al máximo, al interior de sus fronteras, a las fuerzas armadas y auxiliares, que utilizan como instrumentos de control político y social, varios de los “principios” de la propaganda nazi de Joseph Goebbels, a través de los medios de comunicación. Tales como la recomendación respecto a que “toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente”, haciéndonos acordar también la frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”. Recomendaciones que pondrán en práctica con tal de impedir cualquier tipo de debate en torno a la compra de armamentos o la discusión desapasionada de la Convención del Mar. Discusión que se hace imprescindible viendo lo que ocurre y las armas que se utilizan tanto en Palestina como en Ucrania.