POR: GUSTAVO PINO
El Premio Regional de Literatura de Moquegua, en su primera edición, nació con una mancha que todavía es difícil de borrar: el ganador resultó ser nada menos que un empleado de la Dirección Desconcentrada de Cultura de Moquegua, una de las entidades organizadoras. Es decir, una competencia que debía fomentar la transparencia y el mérito literario terminó enredada en una sospecha de favoritismo tan crasa que aún hoy se habla de ella. Y aunque en esta segunda edición se ha corregido ese error evidente, el concurso sigue cargado de fallas que cuestionan seriamente su legitimidad.
No aprendieron la lección. ¿O sí? Al menos ahora no ganará ningún empleado de la organización, pero basta rascar un poco la superficie para ver que el concurso sigue atrapado en sus contradicciones éticas y prácticas. Para empezar, el certamen está peligrosamente ligado a Anglo American Quellaveco, una de las empresas más cuestionadas por su impacto ambiental en la región. ¿Cómo pretenden que creamos en la autonomía de este concurso literario cuando una corporación minera es el principal patrocinador? Lo que debería ser una fiesta de la cultura parece más bien una operación de marketing social encubierta. No se trata de demonizar la participación privada en la cultura, pero cuando el vínculo es tan estrecho, es imposible no preguntarse si este premio es en realidad un intento de limpiar la imagen de una empresa que ha erosionado las tierras que rodean los ríos de Moquegua.
Además de esta sombra institucional, el concurso sigue arrastrando problemas más profundos. Los criterios de calificación son tan vagos que parecen escritos por un burócrata con prisa. Nos hablan de “originalidad” y “calidad literaria”, pero no explican cómo se valorará lo innovador o cómo se medirá el supuesto “aporte a las tradiciones regionales”. ¿Cuáles son esas tradiciones? ¿Y quién decide qué merece ser parte de ellas? La ambigüedad siempre es terreno fértil para la arbitrariedad, y en un concurso como este, el jurado tiene demasiada libertad para interpretar a su antojo lo que significa “calidad” o “aporte”. Y ya sabemos a dónde conduce eso: a la desconfianza generalizada.
Lo que nos lleva, inevitablemente, al jurado. Se nos dice que está compuesto por “cuatro destacados especialistas”, pero no hay más detalles. En serio, ¿qué nos impide pensar que esos “especialistas” son elegidos por su cercanía a las entidades organizadoras? No se exige ni una pizca de transparencia en la selección de los jueces, ni se ofrece al público información sobre sus credenciales. No sabemos si tienen experiencia en el campo literario o si simplemente fueron nombrados por afinidad política o institucional. Todo es oscuro y unilateral. Un jurado sin rostro es un jurado sin credibilidad.
Otro de los aspectos que apestan a formalismo anacrónico es la presentación de las obras. Vivimos en la era digital, donde las posibilidades de compartir y evaluar trabajos son infinitas y mucho más eficientes. Sin embargo, este concurso insiste en una presentación física y una copia digital en USB, como si pedir copias en formato PDF fuera una garantía de seriedad. ¿En qué siglo viven los organizadores? Este tipo de rigidez no solo es una traba logística para los participantes, sino que refleja una desconexión total con los avances tecnológicos y las nuevas formas de hacer cultura. Es como si quisieran que el concurso fuera selectivo por las razones equivocadas.
Así que aquí estamos, en la segunda edición de un premio que, aunque se sacude parte de su pasado turbio, sigue siendo una prueba de que la cultura, cuando se mezcla con intereses empresariales y políticas poco claras, pierde mucho más de lo que gana. El Premio Regional de Literatura de Moquegua, organizado por la empresa minera Anglo American Quellaveco y la Dirección Desconcentrada de Cultura de Moquegua – Ministerio de Cultura, necesita urgentemente una reestructuración que lo aleje de las sombras y lo acerque más a la transparencia, la independencia y el verdadero espíritu literario. Hasta entonces, seguirá siendo difícil tomarlo en serio.