POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS
No bien Ginés llega a Moquegua en 1933, llevado por la impaciencia se dirige de inmediato al templo Santo Domingo. Se entrevista con el cura; pregunta por Pedro Martín; le responde que vive en Torata donde arrienda unas chacras; en un par de semanas irá a casar a su hija Alva con el señor Álvarez, uno de los vecinos principales.
Al día siguiente viaja a Torata. Se desengaña al ver a Pedro Martín, no era el esperado Ginés, el hermano en cuyo homenaje tomó el nombre; sin embargo, le cuenta que lo conoció en la cárcel de Arizona; ambos fueron acusados injustamente, a su hermano por liderar uno de los primeros movimientos sindicales, lo que era duramente reprimido. Le dice que lo probable es que hubiera sido fusilado, como solía hacerse con la mayor impunidad.
Aclarado todo, no había más que hacer sino partir. Pedro lo ataja, le abre las puertas de su hogar y lo invita al matrimonio de su hija Alva.
Ginés se queda un par de semanas en Torata. Conoce a la familia, los padres de su anfitrión son de España. Colabora en las tareas del campo, pasea por las calles del pueblo con la joven Alva y sus dos hermanos menores; es particularmente atraído por el paisaje torateño y disfruta los días pintando. Se entera de que Alva se casa con una persona mucho mayor y de muy buena posición económica; la casan por necesidad, su familia pasaba por serios aprietos.
Ginés se queda prendado de la belleza de la joven torateña, y en las miradas intensas que silenciosa y diariamente intercambian, siente que es correspondido. El artista se refugia pintando a toda hora, tratando de huir de la pasión que lo apremia, que a todo momento lo acecha y agobia más y más. En la víspera de la boda, en medio de la embriaguez de los sentidos, que confunden los sueños con la realidad, se consumó lo inevitable. Se marcha al día siguiente.
Una vez en Europa se dedica de lleno a la pintura. Se recluye en su estudio de París y son sus cuadros los que viajan por todo el mundo, recibiendo elogiosas críticas.
Se escribe con Pedro Martín que desde Torata le comunica que Alva tuvo una hija, llamada Luna. Tratando de aplacar los recuerdos que lo llenan de melancolía escribe: “Me enamoré de ti / al ver tus pies descalzos / bailando la marinera…”. En otra ocasión, escapando de la nostalgia, se confiesa: “…como dulce golondrina / que entre mis brazos tiembla. / Así te recuerdo, amor, / en la noche de mi entrega.” La presencia de Torata, del paisaje, su gente, el recuerdo de Alva… lo siguen por todas partes.
Un año después le escriben que Alba falleció al dar a luz a un niño. Abrumado decide marchar a España, que empieza a desagarrarse con la guerra civil. Se enrola, toma parte por el bando republicano y cae prisionero.
Liberado un lustro después, encuentra en su estudio parisino una vieja carta que Alva le escribió antes de morir. Ginés, conmovido por lo que lee, asume su callado compromiso de aquella noche plena de encanto, magia y ensueño, con reales consecuencias que nunca olvidó. Abriga el vivo deseo de volver al Perú, de conocer a la pequeña Luna.
Retorna a Torata. Siente a la familia de Pedro Martín como suya; al conocer a la niña se siente conmovido, decide quedarse unos días disfrutando de los recuerdos y pintando el paisaje que siempre lo cautivó, a las casas con mojinete, a la gente del pueblo… que en su estudio de París solía pintar de memoria.
Tiene compromisos que lo reclaman. Exposiciones en Brasil, Argentina, Chile, Lima, México, Nueva York… retornar a Europa donde es reclamado por la afamada Galería Breteau, y en cada sala lucen sus cuadros, varios de ellos con motivos torateños.
No se desligó de Luna, niña que apoyó hasta el final, tenía razones íntimas y su conciencia lo impulsaba para hacerlo, acabó llevándola a Europa.
Tampoco olvidó a San Agustín de Torata, villa que visitó una vez más en la década de 1950, cuando pasó una larga temporada en el Perú, siempre atraído por su paisaje y los recuerdos de la mujer que tanto amó, que lo acompañaron hasta su muerte, en 1960.
De la visita del famoso pintor Ginés Parra, amigo de Picasso, que en tres ocasiones pasó por Moquegua camino a Torata, donde amó y pintó, solo la conocemos gracias al libro de Germana Fernández.
¿Dejó amigos en Torata que lo recuerden, algún cuadro suyo en una sala local? Partamos en busca de una huella tangible.