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23 noviembre, 2024 2:20 am

¿Somos una República?

La República somos y la hacemos todos, sus instituciones descansan en el poder soberano de los ciudadanos, nuestra pasividad de ayer no puede persistir, el presente y el futuro de nuestro país descansa en nuestra discrecionalidad y compromiso…

POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS

Doscientos tres años de independencia del yugo español, y la pregunta no es irónica, resulta oportuna y reflexiva; cuando con mucha emotividad y expectativa se inauguraban los Juegos Panamericanos Lima-2019-también era julio-, muy orgullosos compartíamos lo apoteósico del acto inaugural, los triunfos de los deportistas peruanos y percibíamos una extraña sensación de armonía, no eran más que gestos de felicidad retenida de encontrarnos como peruanos, de extendernos un gran abrazo y mirar el presente y el futuro en consonancia. La procesión va por dentro, la sonrisa colectiva no alcanzaba a acallar nuestro drama histórico-político, una vez más nos ensimismaban los contrastes políticos y se adueñaban de nuestro destino incierto.

Zavalita se preguntaba en “Conversaciones en la Catedral” ¿en qué momento se jodió el Perú?, en una época distinta a la presente, y si ahondamos en nuestra historia la pregunta será recurrente; no es que el pesimismo haya ganado, el realismo nos exige cuentas, porque precisamente no hay peruano que no se sienta comprometido con su país lo que implica pisar tierra firme y deslindar con nuestra historia para asumir un futuro digno.

Construimos nuestra noción de Estado a partir del delimitado espacio que permitían hacendados y gamonales, la casta militar se apropió de nuestros destinos, el centralismo era el patrón de juego, un país desdoblado en dos: la capital y las provincias, de la emancipación española pasamos con creces a la dependencia clasista, poco importaban las instituciones y si de alguna forma se cimientan fue por efecto de la necesidad de no alterar el statu quo. No podemos negar aquellas voces redentoras y libertarias, que con énfasis reclamaban principios, valores, derechos, autonomías, y siempre fueron insuficientes y débiles frente al avasallante “establishment”, que se adueñó del inmovilismo y parsimonia bajo el que debía orientarse el Estado.

Nuestras frágiles instituciones, los derechos y libertades ciudadanas, especialmente los derechos sociales, el rol social del Estado, la propia organización estatal, fueron consecuencia de las luchas y reivindicaciones verticales, de abajo hacia arriba, desde el pueblo y para el pueblo, sin que alcanzaran a romper con esa lacra que acompaña nuestra evolución como sociedad, la desigualdad. Y aún colmados de Constituciones y leyes por doquier, cuya apariencia es la generalidad y justicia, y no es percepción sino hecho concreto, se mantiene un estado de cosas de privilegios y de postergaciones, de dueños y sumisos, de poderdantes y poderdados que corresponden al clásico contrato de la alevosía y aprovechamiento, bajo el “sabio” principio de representación. Marcial Rubio Correa, nos coloca en un trascendente dilema: el principio de representación o el poder emana del pueblo.

No hemos tenido una clase política dirigente, auténticos estadistas con visión de desarrollo, planificadores políticos que enrumben nuestros destinos por senderos decentes y honestos, liderazgos que asuman con coraje y sensibilidad nuestra conducción, por allí encontramos algún gerente o administrador de la cosa pública en resguardo del bien privado, lo que hemos tenido son caciques de barrios selectivos, mandamases que asumieron el Estado como un botín, jefes hábiles con las respuestas a la inmediatez y cortoplacistas, y sin darnos cuenta -o también queriéndolo así- fuimos endosando cíclicamente confianzas y esperanzas en quien no lo merecía, escondiendo en nuestras decisiones, nuestros intereses subalternos y mezquinos. Basta compartir dos hechos, cuántos presidentes de estas tres últimas décadas están privados de su libertad o están procesados penalmente e incluso ya condenados; o un hecho más reciente, que si bien regional, pero describe a la perfección nuestra clase política: está en ciernes la posibilidad de eliminar los movimientos regionales por decisión del Congreso, que busca centralizar la dinámica política a través de los venidos a menos partidos políticos, y cuando se anunció una gran movilización nacional para mostrar su rechazo, la mayoría de autoridades o dirigentes regionales decidieron desesperadamente afiliarse en los partidos y anunciar la desconvocatoria a la movilización. Oportunismo puro, solvencia política nula. 

Y claro que el desánimo no puede derrotarnos, estas recurrentes circunstancias no pueden retenernos en los tiempos, al contrario deben constituirse en alicientes para recabar de nuestro desprendido amor por nuestro país una cuota más de esfuerzo y compromiso indesmayable para reconstruir sus cimientos institucionales, fundamentales para entregar a nuestro desconcertado presente, que son nuestros jóvenes, sacudiéndolos del sueño americano, un país con oportunidades y esperanzas, donde el ejercicio de ciudadanía se vuelque en el quehacer cotidiano de hacer y fortalecer democracia, con justicia y dignidad. Si hoy nos encontramos con una realidad, cruda y provocadora, insistente con el desaliento, es también porque caímos con facilidad en la complacencia, que resultaba más cómoda que el activismo que pudiera generarnos problemas, vaya que los problemas son mayores ahora; pues, ya ni en la institución de la democracia tenemos confianza, porque nos hartamos de sus formas y estructuras, incapaces de solventar nuestras mínimas expectativas, cuando precisamente nuestra autoexclusión fue generadora de la ocupación invasiva de nuestros propios espacios.

La República somos y la hacemos todos, sus instituciones descansan en el poder soberano de los ciudadanos, nuestra pasividad de ayer no puede persistir, el presente y el futuro de nuestro país descansa en nuestra discrecionalidad y compromiso que le mostremos, la actitud positiva y constructiva que nos impongamos para fortalecer nuestra democracia, para saber objetar cuando sea necesario, para no callar cuando las circunstancias reclamen nuestra voz, son acciones que nos impone nuestra condición de ciudadanos. Pasan los años, dos siglos de independencia y aún hay voces silenciosas que exigen a nuestra conciencia, peruanicemos al Perú; ese Perú que es tanto tuyo, como mío, como de todos, no de ellos. Vamos peruanos que si podemos.

Y como de esperanzas irrenunciables se trata, cuan necesario es citar a nuestro dilecto y extrañado Manuel Acosta Ojeda:” Yo creo que algún día la espina se hace rosa y se hará luz la luna, y el hambre se hará pan; yo creo que algún día se morirá la muerte y será la moneda de amor y de verdad. Ese día el hombre será color alma y el odio arrepentido querrá volverse amor; los niños tendrán risas, las lumbres tendrán paz. Dios se volverá hombre y así se quedará”.

Análisis & Opinión