Por: Gustavo Valcárcel Salas
Es antigua tradición que en el Alto de la Villa estuvo el primer pueblo español que se estableció en el valle de Moquegua en la década de 1530, al lado del asiento indígena de Escapagua. Lo pusieron bajo la advocación de San Sebastián. Sector que en esa época se conocía como lado Cuchuna de la provincia de Colesuyo.
Pocos años después se formó Moquegua junto al poblado indígena del mismo nombre, bajo el amparo de Santa Catalina de Alejandría, en las faldas de la árida colina de Chenchén.
Ambos pueblos quedaban uno frente al otro, separados por el río Moquegua, que cuando se crea la Audiencia de Charcas en 1559 San Sebastián de Escapagua pasó a depender de Lima y Santa Catalina de Moquegua de Charcas.
Entre los primeros vecinos de Escapagua se cuenta a Hernán Bueno, Pedro Cansino y Juan Castro quienes en la década de 1560 introdujeron el cultivo de la vid. Hernán Bueno en 1570 no tardó en producir vino en su bodega de Escapalaque, con tan buenos resultados que su elaboración se difundió por todo el valle.
En 1588 los pobladores de ambos lugares deciden unirse en Moquegua e incorporarse a la jurisdicción de Lima. En medio de la mayor cordialidad se separaron una década después.
Con esa misma hermandad en 1611 todos los vecinos de consuno piden al virrey los autorice a fundar una villa de españoles en Moquegua y adscribirse a la Audiencia de Lima.
No tardaron en surgir discrepancias que se fueron haciendo cada vez más vivas y exacerbadas, al punto que cada pueblo reclamaba al virrey ser la sede de la villa a fundarse, a donde debía trasladarse el otro.
El virrey Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache, admite el pedido de los de Escapagua y el 6 de junio de 1618 dispone la fundación de la villa San Francisco de Esquilache y ordena que los de Moquegua se trasladen a ella. Los moqueguanos se negaron a obedecer y reclamaban con firmeza se cumpla el acuerdo fraternalmente firmado en 1611, que la villa debía fundarse en Moquegua.
Siete años vivieron los vecinos en medio de pugnas y un áspero encono, que no pudo apaciguar ni el ilustrísimo señor obispo en persona no obstante su piadoso celo. Hasta que el nuevo virrey Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar, auxiliado por santa Catalina virgen y mártir patrona de los moqueguanos, del venerado mártir san Sebastián abogado del otro bando y del glorioso apóstol San Bernabé venerado por ambos, logró sosegar los ánimos y que reinara la paz, la amistad y concordia. Acatando su mandato, en 1625 se funda La Villa de Santa Catalina de Guadalcázar de Moquegua y deja sin efecto la de San Francisco de Esquilache.
Es así como la antigua villa se fue convirtiendo en un encantador y ameno anexo que nunca dejó de conservar la hidalguía de su origen. Impulsados por la fuerza de la costumbre se le llamó la Villa Vieja, hoy se le conoce como el Alto de la Villa.
Germán Stiglich en su valioso “Diccionario geográfico” (1922), dice que está conformado por siete caseríos, Escapalaque (también llamado Iscapalaqui), Charsagua, Buena Vista, La Chimba, El Majuelo, El Pedregal y El Gramadal. Consideramos que hay un error en incluir estos tres últimos lugares que están en la margen izquierda del río Moquegua.
Cuando la ciudad fue devastada por el cataclismo de 1868 se decidió trasladarla al Alto de la Villa. Se expropiaron terrenos, se diseñó el plano de la nueva población y se construyó la estación del ferrocarril a Ilo. La crisis económica hizo impracticable el proyecto.
En el terreno expropiado se hizo el aeropuerto; allí se levanta uno de los hoteles más acogedores; su siempre alegre vega está matizada de huertas, bodegas, restaurantes, vetustos y atractivos callejones en todo momento acariciados por fresca brisa, que regalan un inmejorable paisaje que acompaña su varias veces centenaria historia.