POR: CESAR A. CARO JIMÉNEZ
Antaño, allá por la década del 70, tenía una amistad más cercana con Ernesto y su compañera de toda la vida, Lily. Con el “chino” como cariñosamente lo llamábamos los más cercanos, solíamos sostener largas conversaciones donde hablábamos de la política local y nacional, entre sueños e ilusiones, que matizábamos escribiendo malos poemas y cuentos, aparte de leer a varios laureados escritores del denominado “boom latinoamericano”.
Hasta ahora lo recuerdo leyendo entusiasmado “Historias de cronopios y de famas” obra fantástica del escritor argentino Julio Cortázar, que creo que era una de sus favoritas junto con “Cien años de soledad”, la máxima obra de García Márquez, y otros relatos como “La Hojarasca”. Me pregunto: ¿cuántos libros de literatura, poesía, técnicos o de gestión pública habrán leído nuestras autoridades? Y ello recordando que Sartre advertía que los alfabetizados más peligros eran aquellos que solo habían leído un libro y creían saberlo todo, individuos que abundan en nuestros días.
Y hago recuerdo de la anécdota porque en aquellos años aún la política, era considerada como una noble vocación dedicada al servicio público y al bienestar de la sociedad, lejos de estar sumida como es en nuestros días, en una profunda decadencia, en un escenario marcado por la desconfianza, la corrupción y la polarización que está llevando a la frustración y la desilusión a la mayoría de habitantes de este “territorio de desconcertada gente”, que cuando escuchan a un político decir que acabara con la pobreza, saben que se refiere a la suya.
Ello no ocurría con personajes, –cito algunos pocos–, como Enrique Rivero Vélez, Julio Díaz Palacios, Ante Vizcarra Chocano, mi tío carnal José Caro Cosío, Washington Zeballos Gámez y el mismo Ernesto, quienes aparte de ilustrarse y prepararse ingresaron a la política con la esperanza de hacer cambios significativos y mejorar la vida de los demás, cosa que no ocurre hoy, tanto porque “llegar” hoy depende más que de conocimientos y propuestas, de “sintonizar” con las masas, bien gracias a un gesto fortuito o a un lema gracioso. (Soy testigo de excepción, respecto al “éxito” de cierto político que creo que solo ha leído “Coquito”, su libro de consulta o de cabecera.)
Pero a pesar de la decadencia actual, todavía tengo la esperanza de que se puedan recuperar los valores fundamentales de la política, fomentando la integridad, la honestidad y la empatía. Los líderes políticos deben recordar que el servicio público es una responsabilidad y una oportunidad para marcar una diferencia positiva en la vida de las personas, que deberían rechazar el decir “roba, pero hace”.
Asimismo, también creo que la amistad y la personalidad pueden desempeñar un papel crucial en la política, actuando como un puente entre las diferencias ideológicas como sucedió en un momento cuando Ernesto convocó a un gran señor y amigo como era Edmundo Torrelio, que militaba en Acción Popular, que decidió colaborar con Ernesto por Ilo en respeto mutuo y apertura, en busca de propuestas y soluciones comunes fomentando el bienestar de la sociedad.
Eran sin lugar a dudas otros tiempos y otros personajes tanto de la “izquierda” como de las fuerzas de “derecha o conservadoras”, tanto distritales como provinciales y departamentales que tenían vocación de servicio, visión del futuro, personalidad y propuestas, muchas de las cuales se hicieron realidad sin mayores recursos como se puede observar a lo largo y ancho de Ilo. ¿Qué hubo errores, es cierto? Pero solo aquellos que no hacen nada, no los tienen.
Y uno de los gestores ha sido Ernesto, cuyo amor al terruño lo ha llevado a radicar fundamentalmente en Ilo, y al cual las administraciones políticas deberían solicitar, en función a su experiencia y conocimientos, consejos, más aún cuando las mismas parecieran que estuvieran dando manotazos de ahogados y es de temer que se pierdan cuatro años más, tal y como ha sucedido durante los inefables Zenón Cueva y Gerardo Carpio.
Y también no está de más recordar que mientras que en esta parte del mundo se ha tendido tradicionalmente a “descartar” a las personas que están en la “tercera edad” en la China se las aprecia por ser una fuente de sabiduría inconmensurable para las comunidades que integran.