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22 noviembre, 2024 7:27 pm

En el nombre del padre

No es altanería ni mucho menos soberbia, el permanente aprendizaje de la vida formaron carácter, y este empieza por la propia autoestima, que exige no sólo consideración, también respeto.

POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS   

Prestada la institulación de estas líneas de una singular película irlandesa de 1993 -que rápido transcurre el tiempo- que despertó interesantes críticas más una especial reflexión sobre la vida en los cinéfilos. Un padre acompaña a su hijo de las injusticias de un sistema político y judicial, en un entorno xenófobo y arbitrario; basada en una novela autobiográfica. En el contexto del día del padre, es un deber reconstruir esperanzas en quienes en los albores de su juventud y madurez lo brindaron todo, y solo los años abate sus naturales y legitimas expectativas de creer en sí y creer en los demás.

De pronto llegan los años que la ley impone y resignados los envía a casa, quizás la monotonía de lo cotidiano no les permitió percibir que ya no eran los mismos, pero alguien sí y decidió por ellos en defensa de la sociedad, para entregarles certeza y seguridad desde su formato burocrático. La ilusión de sobrellevar una vida descansada, sin el rigor del horario y los resultados, entregar su tiempo a la familia, a los nietos, a los amigos, a los quehaceres que siempre se quiso asumir, pero responsabilidades mayores evitaron, van a su encuentro; presto como una nube que amenaza llover y no llueve, empieza a aparecer, a reclamarles, la disciplina que en años había ordenado sistemáticamente sus vidas, el quehacer cotidiano pide su espacio, sin enterarse que las nuevas circunstancias son irreversible.

Los hijos ya no son los pequeños de ayer, construyeron su propia vida, claro sin desligarse de sus padres, aunque ya dejaron de centralizar las suyas, nada que objetarles al derecho de impulsar su propia familia; los nietos, en esa sonrisa y travesura que les conmueve el alma, los renuevan siempre, se da a cuenta gotas; los amigos, los amigos de toda la vida, al tocar su puerta o abrir la suya se interpone un espejo, que encuentra el gesto fraterno, el brazo siempre extendido, la palabra apropiada al inconveniente o la respuesta atinada a la pregunta y sin embargo, ya no son la prioridad o necesidad para ir al cafetín de la esquina.

El cabello sin exigirlo, y en su virtud escondida, deja que el blanco someta al oscuro; los surcos se manifiestas por doquier y hacen esfuerzos por no sonreír, para que no se perciban las “patas de gallo” que acechan sus ojos; cual si fueron deportistas de siempre, las venas de sus manos se muestras exuberantes; su cuerpo empieza a recuperar su posición primigenia fetal, empieza a encorvarse; se agitan al caminar con exceso ni que decir al correr; su orgullosa memoria no se muestra tan fresca, cuesta recuperar el dato, la referencia que se sabe esta allí, pero no fluye; su hablar es más pausado, hasta pareciera académico y el contenido de sus mensajes es sopesado, ajeno a ligerezas.

Largos años de vida, increíbles experiencias acumuladas, en lo personal, en lo familiar, en lo laboral; el quehacer del día tras día permitió acumular conocimientos, aptitudes y hasta diríamos tienen un diplomado en la vida (maestra vida), respuestas para todo, criterio para discernir y orientar, coraje para sobreponerse, valentía para enfrentar y dignidad para vivir. Exigen respeto a los años, sobre todo al alto costo que significó sobrellevarlos en las complejas vicisitudes que se encontró; no se cuentan los golpes, los sufrimientos, las caídas, el sudor y lágrimas, fueron parte del caminar emprendido y sin ellos el duro roble no se hubiera corregido para mostrarse erguido y sobrio. No es altanería ni mucho menos soberbia, el permanente aprendizaje de la vida formaron carácter, y este empieza por la propia autoestima, que exige no sólo consideración, también respeto.

Aunque sabían que llegaría, creían que nunca llegaría o que tardaría aún más ese momento. De la resignación pasaron a la desazón. No era lo que esperaban, y aún más, no era en absoluto lo que aspiraban. No se lo dicen, pero su actuar así se lo lee: ya no nos eres útil, tu rol es innecesario. Y se les vienen responsabilidades inesperadas, a confrontar con un escenario de vida para el que no estaban preparados, asumiendo un papel marginal, intrascendente, no se les reclama como necesarios en el contexto de lo que construyeron, son excluidos…de una sociedad de por sí, excluyente.

Aislados, dejados a su suerte, vienen los malestares de salud, se muestra dócil su vitalidad, la soledad absorbe sus amaneceres, no les interesa distinguir el día de la noche porque al final de cuentas es lo mismo en lo hueco de sus expectativas, hasta los sueños se vuelven tan vacíos en el sinsentido del abandono, su propia resistencia humana se debilita, pareciera que su actitud positiva fuese secuestrada …caen en su propia desidia, que les hace perder toda esperanza de que aún hay una largo caminar por delante, y hasta su orgullo, se compadece de ellos mismos, renunciando a proponerle y meterle ganas al mañana que sobreviene.

Hay una responsabilidad mayor del Estado, desde la imposición de políticas públicas comprometidas con nuestros adultos mayores, no hablo de pensiones, hablo de como revalorar, de cómo incluir, de cómo integrarlos a una sociedad que siempre fue de ellos y le dieron lo mejor de sí para construirla, de un necesario espacio para su presencia, su palabra sea también determinante en esa permanente construcción de ciudadanía. Pero, la responsabilidad mayor la tenemos como sociedad, de humanizarnos, de sensibilizarnos, no con lástima innecesaria para ellos, sino con dignidad en su trato, en el afecto, en su incorporación en la dinámica propia de nuestra sociedad, darles el valor que con justicia se merecen, hacerlos protagonistas de nuestra vida colectiva, que su vasto conocimiento nos ayuden a solventar la problemática natural de la dinámica social en la que estamos inmersos.

La vida es un ciclo natural, irrenunciable para todos en su evolución, que esta fecha del día del padre, nos permita especialmente rectificar nuestras conductas para desde ese modesto lugar en que nos encontramos, cual es nuestro hogar, valoremos, aceptemos y asumamos con hidalguía y responsabilidad, nuestro deber ciudadano y humano de  hacer que nuestros adultos mayores, sepan de su valía, de que contamos con ellos, de sus necesarias potencialidades para tomar las decisiones más apropiadas, en una palabra que ellos también tienen: Dignidad. No pedimos poco, pedimos bastante, porque es una tarea enorme la que debemos asumir, desde ya.

Análisis & Opinión