POR: CELSO VERA SUÁREZ
LICENCIADO EN EDUCACIÓN – CIENCIAS SOCIALES-
Desde un punto de vista dialéctico, la historia es una ciencia social que estudia el pasado relacionándolo con el presente y el futuro. Es dinámica, no es inerte. De tal manera que, comprender lo que ocurre hoy, implica conocer con rigor científico los acontecimientos pretéritos, los cuales nos van a permitir descubrir las raíces de los principales problemas que aquejan a la sociedad actual. Nos permite vislumbrar el porvenir y el camino para construir un futuro cualitativamente superior. La historia, como ciencia, compromete al pasado con el futuro, con lo que hagamos ahora.
Estando próximos a conmemorar las fiestas patrias, cabe la oportunidad para expresar algunos puntos de vista acerca de la Independencia. Veamos. Desde 1821 a la fecha, son 197 años desde que el Perú rompió lazos políticos que lo ligaron a la metrópoli española. Pero esta ruptura no significó en modo alguno la quiebra del ordenamiento económico y social.
Este proceso implicó más bien un reacomodo de las clases dominantes, en el que la aristocracia criolla no fue capaz de impulsar una transformación cualitativa de las bases económicas heredadas de la Colonia, sino que reforzó, a lo largo de las primeras décadas inmediatas a 1821, el surgimiento de nuevos latifundistas en un contexto de crisis económica y social. Fue el advenimiento del gamonalismo.
Quienes sucedieron a los españoles en el aparato político-administrativo fueron los continuadores fieles de la corona: los directos militares gamonales feudales. Luego de la salida de los españoles del Perú, el territorio andino se convirtió en un escenario real de las luchas fraccionarias entre los propios militares, quienes se creían con el derecho de estar en el sillón presidencial. Fue la época del militarismo feudal en un país que nacía como formal República, pero que, en la práctica, ofició como gobernante de mentalidad retrógrada y medioeval.
Hubo un momento de oportunidad para el Perú con el descubrimiento de la riqueza guanera, de 1845-1870, en el que los millones de toneladas de este fertilizante se vendieron a Francia e Inglaterra. Pero con gobernantes feudales, ambiciosos de robar, sólo se enriqueció la clase parasitaria que representaban y no se invirtió en el desarrollo del país.
No había una clase dirigente con visión de futuro. Así fue todo el siglo XIX. Con la penetración del capitalismo norteamericano a inicios del siglo XX, se introdujeron manufacturas, algunos centros industriales, convirtiéndose el país en una sociedad semifeudal-semicolonial; y, que, a fines del siglo XX e inicios del XXI, adquiere el sello de neoliberal.
Jamás ha habido, hasta hoy, una real soberanía, porque no tuvimos clases dirigentes, sino clases dominantes tradicionalistas, entreguistas y vendedores de la patria.