POR: MAURICIO AGUIRRE CORVALÁN
Se vienen meses de los bravos. Tiempos movidos que ya combinan una campaña electoral a plena marcha, un creciente y mortal rebrote de la covid-19, un gobierno que intenta no terminar en una cama UCI, y un Congreso peligrosamente desbocado. En medio de esa vorágine, nosotros, los ciudadanos de a pie, los que tenemos que decidir. Los que deberíamos ser los verdaderos protagonistas de esta historia y su desenlace, pero a los que casi siempre nos gana el pesimismo y la incredulidad. Y así, la excusa del desencanto se convierte en el camino perfecto para la inacción.
Pero de esta mezcolanza que da terror, queramos o no, saldrán varios resultados. Uno en abril con la elección de los nuevos congresistas, otro en junio con la elección del nuevo presidente porque de todas maneras habrá segunda vuelta, un tercero en julio con el balance de los estropicios del Congreso, y un cuarto con los estragos de la pandemia que no tiene final definido ni próximo.
En julio tendremos nuevo presidente y nuevo Congreso en funciones. Otros actores para los mismos problemas y similares retos. Cómo hacemos del Perú un mejor lugar para vivir, más inclusivo, y donde el bien común sea el norte de las acciones de estos nuevos actores de esta obra inconclusa que tenemos como país.
Para eso debemos romper ese círculo perverso de cambiar para ser más de lo mismo cada cinco años, sino seguiremos desangrándonos en el camino hasta llegar nuevamente a renovar nuestro voto, otra vez, hacia la nada.
Ese círculo perverso que nos ha llevado a ser más de lo mismo, pero peor. A que en los últimos 40 años hayamos sido incapaces de tener una buena educación, una buena salud, una economía robusta pero de verdad, un país donde todos, que herejía, paguen los impuestos que deben pagar, donde la informalidad sea el personaje de reparto y no el actor principal, y donde la corrupción no sea el leitmotiv de la mayoría de los funcionarios públicos.
Ese círculo perverso que a propósito ha construido un Estado grande, obeso y esclerótico que engulle sin cesar su propia ración y la de todos a quienes tiene que alimentar.
Ese círculo perverso es el que hay que romper. Lo primero es encontrar a quienes realmente lo quieran hacer, y que no sólo lo prometan en campaña para después convertir el carnet partidario en la llave maestra para devorar opíparas comidas en el comedor de la casa, mientras la mayoría espera las sobras haciendo cola en la puerta de calle. ¿Qué candidato está dispuesto a “comerse” ese pleito? Ninguno hasta ahora, parece haber levantado la mano.
Es fácil levantar la bandera de una mejor educación diciendo que se logró asignarle el 6 por ciento del PBI, es fácil querer ser inclusivo proponiendo un impuesto a los ricos que no van a pagar los ricos, es fácil decir que vamos a ser un mejor país sólo si tenemos otra Constitución, es fácil prometer una mejor pensión de jubilación cuando sabes que más del 70 por ciento de los trabajadores laboran en la informalidad y no les llegará ningún beneficio.
Es fácil prometer lo obvio, lo que todos quieren escuchar. Lo difícil es hacer lo que realmente se tiene que hacer para que las cosas verdaderamente cambien en nuestro país. Romper el círculo perverso al que regresamos cada cinco años es el reto. Ojalá algún candidato esté a la altura.