POR: GERMÁN ARIAS HERRERA
La vacancia del Congreso a Martín Vizcarra, desencadenó en el país una crisis política sin precedentes, debido a que la asunción de Merino como presidente de la República, no gozaba de la más mínima legitimidad del pueblo. Ante esta situación, cientos de miles de personas tomaron las calles. Las protestas se prolongaron ininterrumpidamente a nivel nacional durante varios días, donde los jóvenes estuvieron a la vanguardia de la lucha.
La respuesta de la policía para contener esta enorme ola de indignación fue utilizar su aparato represivo más despiadado, que intentó aplastar y quebrar esta disidencia, asesinando a dos de nuestros compañeros: Inti Sotelo y Jack Pintado. Sin embargo, no lograron su propósito. La fortaleza de la juventud fue infranqueable y finalmente prevaleció para echar a Merino.
Después de un par de días Francisco Sagasti asumió la presidencia. A quien los medios de (in) comunicación aplaudieron y anunciaron que con él estaba asegurado la “transición democrática”. En realidad, los poderes fácticos (los dueños del Perú) que han procurado históricamente salvaguardar sus intereses, pretenden sostener un sistema político en descomposición y que ha fracasado a todas luces. Y que no podrá atenuarse con sólo algunos parchecitos o maquillajes.
En esta coyuntura de crisis, la juventud tiene un gran reto que asumir, si es que acaso no quiere ser nuevamente gobernada por esta clase política profundamente corrupta. Esto implica que debemos elevar más nuestra conciencia y ver que el horizonte por transformarlo todo pasa por organizarnos y tomar las calles, porque ese finalmente es nuestro espacio en donde nuestras demandas son verdaderamente escuchadas.
No es una tarea fácil. Pero, si no es ahora ¿cuándo? Estamos ya cansados que nos digan de que este no es el momento y que posterguen nuestros sueños hasta hacernos viejos. Como decía J.C. Mariátegui, debemos rechazar las voces corrosivas, disolventes y pesimistas de los que niegan y de los que dudan, y más bien, buscar las voces optimistas de los que afirman y de los que creen.
Es por eso que debemos continuar esta lucha con convicción, terquedad, ¿Y por qué no? con fe, como nos enseñaba nuestro Amauta y levantar todas las banderas que busquen un cambio profundo de nuestra patria. Y de esta manera, poder definitivamente enterrar todo lo que representa lo rancio y caduco de nuestra política, empezando por la Constitución mafiosa de 1993 y bregar por una nueva carta magna. Esta es nuestra oportunidad histórica.
Seguramente nuestros hermanos caídos, Inti y Jack, desde algún lugar del infinito, nos estarán mirando llenos de orgullo por haber elegido este camino.