POR: ENRIQUE AZOCAR PRADO
En estos aciagos días, cada uno de nosotros procesa la incertidumbre y experimenta el miedo a la enfermedad a su modo. Algunos, viven la pandemia como si nada pasara.
Otros, sienten una angustia que los oprime, que los paraliza. Los más, muy preocupados por la salud de los suyos, y los menos, preocupados por sus patrimonios. Algunos trabajando sin cesar, y otros «acogotados» por la apatía.
También hay quienes han convertido el miedo en enojo, en rabia. Otros, andan buscando la cura milagrosa arriesgando sus vidas en el intento y, los más imaginativos, están ocupados elucubrando conspiraciones sobre el origen de la pandemia.
Estamos – quizás sin notarlo – viviendo una experiencia vital que marcará un antes y después en nuestras vidas. Que la historia nos juzgue. No la historia de los grandes libros, sino la historia menuda, la historia familiar. Que nuestras consciencias y la opinión de nuestros hijos y nietos sea la pauta de nuestro comportamiento ante esta tragedia colectiva. Algunos han decidido ser luz, otra oscuridad; algunos causar zozobra y otros ofrecer calma. Unos se enriquecen con el dolor y desesperación de la gente, y otros, ofrecen ayuda desinteresada.
Hay quienes apoyan al capitán a dirigir el barco a buen puerto, mientras otros solo piensan en motines y rebeliones. Sin embargo – y esto es lo triste – hay quienes aún no saben qué hacer frente a esta grave crisis, a pesar de los cuatro meses transcurridos. Siguen pasmados por la vastedad de la tragedia.
Ante este incierto y difícil panorama de dolor y angustia, que cada quien elija responsablemente su rol ante este drama. No hay más elección que la de elegir.
