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La regionalización actual: ¿ruta hacia el progreso o a una nueva frustración?

“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros las jugamos” - Arthur Schopenhauer

POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ

Me permito, –en razón a que se está perfilando en el ambiente político–, una corriente en pro de buscar la unión de la región Moquegua con la de Tacna, solicitarle al director, la re publicación de un artículo que escribí aña por el 2001, el cual creo que aún tiene vigencia, sobre todo en lo que respecta a definir previamente planes y objetivos.

Han transcurrido más de setenta y cinco años, y se podría decir que aún está vigente aquella afirmación del genial amauta moqueguano José Carlos Mariátegui, en su obra cumbre “7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana”, cuando escribe en el ensayo sobre Regionalismo y Centralismo: “El regionalismo no es en el Perú un movimiento, una corriente, un programa. No es sino la expresión vaga de un malestar y de un descontento”.

Malestar y descontento que en nuestros días se refleja en un movimiento común en todas las provincias del Perú, contra el asfixiante centralismo limeño, marco en el cual se han convocado a una consulta que intenta integrar algunas zonas del país.

Si bien es cierto, que la regionalización o descentralización es vital para el desarrollo de una sociedad, cabe recordar que se requiere cumplir también con otros requisitos, tales como el tener una identidad nacional propia, crecimiento económico, distribución social del mismo, aprovechamiento racional de los recursos y estabilidad política. En cuanto a la identidad nacional, ello implica superar previamente los complejos y perjuicios, que nos paralizan impidiendo que nos pongamos de acuerdo en cuanto los grandes objetivos nacionales, regionales y locales a corto, mediano y largo plazo. Si no tenemos idea en cuánto lo que somos y queremos lograr, mal podemos alcanzar un crecimiento económico lejos de todo intento de colonialismo mercantil neoliberal, que privilegie el interés de las grandes mayorías y empresas nacionales sobre las trasnacionales.

Creer que la regionalización o descentralización por si misma generará el progreso es una utopía. Ella es un paso adelante, siempre y cuando tengamos presente que la patria grande y las patrias chicas, deben ser reinventadas permanentemente mediante el arte de establecer políticas innovadoras y desarrollar programas tendientes a impulsar el uso y aplicación de las nuevas tecnologías, tanto en beneficio propio, como de las grandes empresas trasnacionales, con las cuales tenemos que buscar la formar de establecer alianzas inteligentes, que permita invertir en recursos humanos, promover o crear mercados financieros eficientes y sólidos, mejorar el entorno legal y normativo (en especial del mercado laboral y mejoramiento de las regulaciones que afectan la inversión privada en infraestructura y servicios sociales), elevar la calidad del sector público (incluyendo el sector judicial) y consolidar la estabilidad macroeconómica a través del fortalecimiento fiscal.

No hacerlo, recordando que el Perú carece de instituciones y sistemas firmes que faciliten su avance hacia formas democráticas más participativas de gobierno, sería propiciar –recordando a Mariátegui– el caciquismo de ciertos personajes locales en desgracia ante el poder central, que se valen de las promesas fáciles, del fanatismo violento, o de la frivolidad política irresponsable, para acceder al poder.

Y lo que se trata de conseguir con la regionalización, no es el cambio del centro del poder del limeño centralismo al caciquismo local. Lo que está en juego, es el lograr un progreso equilibrado y democrático, tanto espacial como sectorial, que permita crear un modelo alternativo de desarrollo, sostenible, equitativo y donde el ser humano sea el centro y no material de desecho.

Empero, considerando la forma como se está planteando hasta la fecha la descentralización, cabría decir con Mariátegui que “…Ningún regionalista inteligente pretenderá que las regiones están demarcadas por nuestra organización política, esto es que las «regiones» son los «departamentos».

El departamento es un término político que no designa una realidad y menos aún una unidad económica e histórica. El departamento, sobre todo, es una convención que no corresponde sino a una necesidad o un criterio funcional del centralismo. Y no concibo un regionalismo que condene abstractamente el régimen centralista sin objetar concretamente su peculiar división territorial”.

Además, se quiere ir a un proceso electoral, sin que haya un efectivo acuerdo nacional en cuánto a objetivos y metas a corto, mediano y largo plazo, en un clima de inestabilidad política, económica y regional. (Asimismo hay conflictos regionales que no se han resuelto y que conspiran contra la posibilidad de una mayor integración espacial y sectorial, como por ejemplo el caso de la utilización de las aguas de Pasto Grande, los límites entre departamentos, la distribución de los recursos provenientes del canon o regalías, etc.).

Con el perdón del ejemplo, es como que tres o cuatro socios quieran formar una empresa, sin ponerse previamente de acuerdo en cuanto las características de la misma, tanto en el tipo, como en los objetivos, prioridades, estructura, roles, funciones y ganancias de cada cual: ¡los conflictos serían pan de cada día, con un solo resultado, la quiebra!

Panorama, que a la larga podría conducir al fracaso del actual proceso de descentralización, con la consiguiente frustración para las provincias y alegría de Lima. ¿Se imaginan cuán difícil será administrar el país, con gobiernos regionales de diversa ideología e intereses, dispuestos a privilegiar sus metas particulares dado que no hay objetivos ni locales, ni regionales, ni nacionales?

¿Por qué no tratamos, alguna vez, recordando a Basadre, de dejar de ser el país de las oportunidades perdidas, y propiciamos –para  corregir los defectos o mejorar sus virtudes–, la elección inicial de un gobierno macro regional piloto en cualquiera de los departamentos del Perú, al menos por un par de años como mínimo, en tanto intentamos ponernos de acuerdo en cuanto los objetivos nacionales y regionales…¡Sería la mejor y más racional manera de tratar de corregir sin mayores costos sociales, económicos y políticos los errores que podrían conspirar –una vez más–, contra el éxito de la descentralización!.

Tenemos que cambiar. Tenemos que ser más solidarios. Pasar de esquematismos y recelos al desafío de concebir nuevas visiones de la sociedad, del entorno regional, de las relaciones entre las personas y entre éstas y la sociedad. Se trata de mirar el futuro con ojos profundos, de prepararse a vivir un mundo diferente a partir del ya conocido. Ciertamente, vale la pena comprometerse y hacer realidad la utopía de sentirnos todos hermanos…y ayudarnos como tales.

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