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El maremoto de 1868 en Ilo: ciento cincuenta años después

Si nos atenemos a la versión de don Humberto Guersi, en Ilo “El mar salió por Calienta Negros, siguió por los sitios que hoy ocupan los depósitos de Toquepala y barrió con todas las casas y barracas del desembarcadero. Esto ocurría en Pacocha. En Ilo, con su población más numerosa, las casas fueron destruidas en su totalidad; hubo decenas de muertos.”

EDWIN ADRIAZOLA FLORES

eadriazola@yahoo.com

El trece de agosto de 1868, mientras don Manuel Gambetta realizaba sus labores diarias en el pequeño pueblo de San Gerónimo, su esposa e hija se encontraban a bordo de la balandra Josefina fondeada frente a la desembocadura del río. Cerca de las dos de la tarde, ambas, y los marineros que las acompañaban, fueron sorprendidos por un ruido ensordecedor y un movimiento violento de la balandra al quedarse encallada en tierra seca.

A los pocos instantes, y antes de reponerse del susto y sin saber lo que estaba pasando, una inmensa ola envolvió a la frágil nave y la empujó hacia tierra destrozándola casi por completo. Los testigos dijeron luego que la balandra fue encontrada un kilómetro valle adentro; la señora Gambetta, su hija y los tres marineros no tuvieron una segunda oportunidad: fallecieron en ese trágico momento.

En el pequeño pueblo la gente corrió despavorida en todas las direcciones, especialmente hacia el pequeño templo que, para suerte de todos, estaba cerrado por lo que siguieron en dirección hacia el cerro Cabo de Hornos. Suerte digo, porque la fuerza de la ola alcanzó aquella pequeña construcción de adobe y madera y la destruyó por completo quedando solo algunos muros como señal de que allí se levantaba la primera iglesia que tuvo Ilo.

Un terremoto con epicentro frente a Arica produjo luego este tsunami que destruyó los puertos desde Islay hasta Cobija. Si nos atenemos a la versión de don Humberto Guersi, en Ilo “El mar salió por Calienta Negros, siguió por los sitios que hoy ocupan los depósitos de Toquepala y barrió con todas las casas y barracas del desembarcadero. Esto ocurría en Pacocha. En Ilo, con su población más numerosa, las casas fueron destruidas en su totalidad; hubo decenas de muertos.”

Pasado el susto, nada quedaba en pie. Todo había desaparecido. Con el dolor aun en los rostros y el temor a flor de piel, los sobrevivientes recorrieron lo que antes era su hogar. Solo encontraron entre los peñascos del lugar las imágenes dañadas de la Virgen del Rosario y de San Gerónimo, únicos consuelos que de alguna manera la providencia o el destino quiso recompensar el sufrimiento que el vecindario había sufrido. El panorama era desolador.

El subprefecto de Moquegua don Pedro Flores reportó que «el puerto de Ilo ha desaparecido por completo con los olivares de sus inmediaciones»; el ministro de Justicia, instrucción y culto don Luciano Benjamín Cisneros se lamentaba: «Triste es el espectáculo que ofrece este puerto donde el terremoto y la inundación han hecho desaparecer todos los edificios, sin dejar de ellos vestigio alguno, haciendo emigrar a la población que hoy está reducida a los empleados públicos y un comerciante.»

El terremoto de 1868 ha sido catalogado como el más fuerte sufrido por el Perú. Su magnitud fue calculada en 9 grados en la escala de Ritcher (8 grados en Moquegua), dejó más de 600 muertos y destruyó ciudades como Moquegua, Arequipa, Tacna, Arica e Iquique, además de Ilo. El tsunami que produjo después generó una ola de hasta 18 metros de altura. El movimiento se sintió desde Cajamarca en el norte hasta Argentina en el sur.

El presidente Balta ordenó atención inmediata a los damnificados de Ilo. Empezó por la reubicación del pueblo de San Gerónimo que fue trasladado a la zona de Pacocha creándose una Comisión repartidora de sitios presidida por don Bernardo Ghersi quien distribuyó predios a cerca de 365 familias. Dispuso además la construcción del ferrocarril de Ilo a Moquegua y de un nuevo templo casi con las mismas características del destruido por el fenómeno natural.

Ciento cincuenta años después Ilo ha pasado por nuevas experiencias naturales aunque ninguna de ellas con los efectos tan trágicos del tsumani de 1868: la de 1948 que afectó las paredes del antiguo hospital y de la casa cural; el maretazo de 1868 que destruyó el poblado de Patillos, en terremoto del 2001 que trajo abajo a buen número de viviendas de la tranquila Moquegua; el ingreso del Osmore que aisló el distrito de Pacocha o la inundación de 1900 que dejó sin agua al pueblo por casi una semana.

No sé si todo este historial nos haya sensibilizado frente a las circunstancias en la que nos pone la naturaleza. Estar frente a un mar tan prodigioso es una bendición, ciertamente; pero es también un permanente riesgo si es que como colectivo no tomamos conciencia de que la prevención es la única respuesta razonable y sostenible frente a ellos.

La labor de la escuela, la preparación de los docentes, la predisposición de los medios de comunicación, el interés de los vecinos, la idoneidad y preocupación de las autoridades son requisitos fundamentales para enfrentar con éxito estas circunstancias. Espero que esta nota sirva para esto.

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