Murió el psicólogo por un “choque” y ¿Quién mató a la anciana?

POR: ALEJANDRO FLORES COHAILA

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En el cuarto piso de uno de los edificios de Moquegua, en la habitación del fondo, aquella que no tiene ventanas y comparte diálogos con el vecino a través del concreto, hay un consultorio psicológico. El hecho ocurrió el 10 de julio. El psicólogo Mendoza iba a llegar temprano a su consultorio. Por las mañanas, trabajaba en una clínica grande; y llegaba a su hogar, donde a la vez atendía a sus pacientes, alrededor de las tres de la tarde. Aquel día, doblaba la esquina del colegio 980 a las dos.

El disco amarillo se iluminó y los carros empezaron a moverse. El psicólogo Mendoza puso primera y aceleró para no quedarse atrás y ser abucheado por los taxistas que seguían la misma ruta que él. Cuando el timón volvió a su posición inicial, el psicólogo se distrajo por unos segundos para cambiar la estación de radio.

De pronto, y sin darle tiempo a reparar en un movimiento brusco siquiera, escuchó una bocina desesperada que provenía de una camioneta blanca a su derecha; el tiempo solo le alcanzó para ver a la mujer y los dos hijos que iban dentro, pues cuando quiso pisar el freno, ya estaba atravesando el parabrisas y preparándose para caer de cara contra el pavimento.

Hay gente alrededor, en los cuatro puntos cardinales, y todos lo han visto. El tiempo pasa y nadie se acerca a socorrer, por miedo a empeorar la situación. Ya son quince para las tres y todavía no llega ningún cuerpo de auxilio. Solo hay dos policías que resguardan los cuerpos.

Más arriba, en su consultorio, ya llegó el primer paciente. Tomó otra ruta y no vio el choque cuatro cuadras más abajo. Igual que una chica universitaria y una anciana, que también están paradas en la calle, esperando a que les abran la puerta.

El primero es un señor de cuarenta años, divorciado, diagnosticado con depresión, y empecinado en seguir trabajando como contador en una empresa pequeña hasta que muera; solo ha venido a su cita mensual. La segunda, la muchacha, estudia derecho en la universidad; hace poco fue diagnosticada con Borderline (Trastorno de límite de la personalidad), y días atrás termino con su novio, lo que la ha llevado a una inestabilidad emocional preocupante, y por eso reservó cita con el psicólogo. La tercera, la anciana, padece de esquizofrenia desde pequeña.

Mucho antes de saber de su condición, sufrió un cuadro psicótico grave y fue trasladada a un hospital en la capital. Luego de algunos años, volvió a Moquegua y empezó a trabajar como bibliotecaria. El señor, desesperado ya, toca un timbre cualquiera. Afortunadamente, un joven pregunta por el intercomunicador: «¿Quién es?», y ante el silencio, abre la puerta, pensando que se han equivocado de departamento, pero que seguro es alguien seguro de hacer entrar. Suben por el ascensor y llegan al cuarto piso. Para su sorpresa, se topan con una puerta cerrada. Hasta ese momento, no se han dicho ni una palabra. Todo ha sido un juego de miradas. La muchacha es la primera en hablar.

—¿Será que no ha venido el doctor(psicólogo)?

—Qué va a ser, si él siempre llega temprano —contestó la anciana.

—Mejor toco de nuevo —dijo el señor.

La muchacha acaricia el rosario que trae puesto mientras que el hombre da, primero, tres golpes. Luego da cinco. No hay respuesta. Se aburre de tocar, y ellas de esperar, pero no tienen pensado irse. El señor saca su celular del bolsillo; lo mismo hace la señorita. Después de unos minutos en Facebook, encuentran la noticia del doctor. La señorita le muestra la noticia a la anciana mientras que el señor solloza. Empiezan a llorar los tres, lamentando la pérdida de su médico. Se preguntan qué hacer ahora. Por la mente de los tres pasean pensamientos tenebrosos como tristes. Inevitablemente, se dirigen al ascensor y bajan al primer piso. Pero algo pasa. Algo oscuro y extraño, tanto como preocupante y misterioso.

Al entrar, un niño que paseaba en su bicicleta en la acera del frente, vio a los tres personajes juntos. Al salir, solo vio a la muchacha y al señor; no a la anciana. Luego de unas horas, un grupo de policías entró al departamento del doctor. Y, al salir, se dieron con la inmensa y desagradable sorpresa que, en la parte trasera del edificio, donde nadie va ni ve, estaba tumbada la anciana muerta. Tenía una herida de golpe en su cabeza, casi tan grande como la mano del policía que la volteó.

Ahora, es momento de analizar las pistas y determinar quién fue el asesino. Querido lector, en sus manos encomiendo este misterio. Los resultados serán publicados en mi columna siguiente. Buena suerte.

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