POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ
Me atrevo a decir, que a partir del momento en el cual, los cargos edilicios y/u otros fueron motivo de elección popular, –lo que en si no es malo, siempre y cuando hayan buenos electores y candidatos, lo que con raras excepciones, pareciera que han desaparecido en los últimos años–, y de la asignación de un sueldo o dieta, han permitido que el ensayo de Carlos Delgado Olivera: “El arribismo en el Perú”, continúe vigente permitiéndonos entender el porqué, buscando el éxito en el Perú, “unos soban y otros rajan, unos serruchan el piso y otros trepan, unos te dejan colgado de la brocha y otros te traen abajo…”
Formas de ser y actuar que vemos que ocurren en casi todos los rincones de nuestra patria, como reflejo de lo que en sociología se conoce como la “Teoría del Bien Limitado”, que especifica que en una sociedad como la nuestra en la cual las posibilidades de éxito social son extremadamente reducidas y es muy alta la competencia por el acceso a posiciones de prestigio, riqueza y poder concebidos como bienes supremos la lucha por el triunfo social alcanza a veces niveles de verdadera ferocidad.
En tales circunstancias no hay armas vedadas: todo medio es lícito para conseguir la finalidad perseguida. Como todos quieren “subir” y hay pocas posibilidades de lograrlo, el “ascenso” de un individuo entraña el “descenso” de otro: sólo se puede “subir” cuando otro “baja”. Pero como dentro de condiciones sociales de alta competencia tal “descenso” no puede ser resultado del deseo espontáneo de nadie, surge la necesidad de ascender derribando. En síntesis, dentro de tal contexto social, para tener éxito es preciso “traerse abajo” a otros individuos.
Y dentro de esas armas, también encontramos cierto tipo de denuncias, como por ejemplo la que da lugar al presente artículo: la solicitud de vacancia formulada por Richard Eusebio Domínguez Ugarte contra Pedro Oscar Mory Ugarelli, la cual en última instancia ha sido declarada improcedente por el máximo órgano rector del JNE
Pero al margen, de todos los considerandos, cabría hacer una pregunta: ¿cuál fue el objeto real de la denuncia? ¿Lucha contra la corrupción? ¿El deseo honesto de tener funcionarios probos y contribuir así con el desarrollo sostenido y competitivo de Moquegua?¡Creo que no!
Me temo, que lo que primó en el denunciante, en palabras de Carlos Delgado, fue: “…la cultura del arribismo es también una cultura de la inseguridad. De esto se derivan los rasgos a veces psicopáticos que el arribista evidencia en su ardorosa e intensa ansiedad por procurarse un éxito que parece inalcanzable por la vía de los comportamientos socialmente constructivos. Esto explica que el arribista sea también un individuo fundamentalmente negativo e hipercrítico cuyas energías se orientan básicamente hacia finalidades de destrucción”.
Y escribo estas líneas, fundamentalmente por dos motivos: el primero, porque considero que uno de los motivos fundamentales de la poca participación de ciudadanos capaces y honestos en todos los ámbitos políticos, es debido a las denuncias falaces y estólidas, la mayoría de las cuales no tienen un sustento real, siendo producto más de envidias, complejos y la envidia por el éxito ajeno. Por ello, haríamos bien en tener suma atención en la calidad moral del denunciante y el fondo de la denuncia antes de juzgar o condenar.
Y la segunda, es porque conozco a Oscar Mory Ugarelli y al margen de sus virtudes y defectos, rescato su éxito personal y económico por lo que mal se puede decir que interviene en política por ambiciones subalternas y creo que si lo hace, es guiado por un legítimo deseo de servir y amor a Moquegua, diferenciándose de otros tantos empresarios, a quienes Waldo Frank, criticó, escribiendo: “El hombre que se jacta de emplear todo su tiempo en los negocios, se pone al nivel de la vaca; que emplea todo su tiempo en pastar”.